Carlos era un niño de 6 años con muchas rabietas. RecurrÃa a sus abuelos cuando sus padres le negaban algo. Por ejemplo, ver alguna cosa en la tele que no fuese adecuada para su edad, un helado antes de comer o patatas fritas en vez de verdura cuando a toda la familia le tocaba comer eso.
En el colegio no le gustaba compartir las cosas con sus compañeros. No querÃa hacer nuevos amigos si eso significaba compartir sus juegos en el patio o darles un puñado de pipas si los demás le veÃan comiéndolas.
Cuando cumplió 7 años, parecÃa que Carlos estaba más tranquilo y sociable. Estaba más contento de estar en el colegio y de jugar con los amigos que tenÃa allÃ. Ya no pedÃa tantas cosas y, cuando sus padres le negaban algo, acababa entendiendo la razón. Extrañados, se preguntaban qué le podrÃa haber pasado al niño para haber cambiado tanto en tan poco tiempo.
Intrigados, fueron a hablar con la tutora al cole. Les explicó que hacÃa unos meses se habÃa unido a la clase un niño que tenÃa siete hermanos. Al ser el mayor de todos, le tocaba ayudar a veces a sus padres con los más pequeños. A cambiarles el pañal, a vigilarlos o a jugar con ellos de vez en cuando. Esto le habÃa convertido en un niño muy responsable y, cuando lo conoció, Carlos sintió verdadera admiración por él.
- ¿No te molesta que tus hermanos pequeños cojan tus cosas?
- Para nada, me encanta verlos reÃr mientras jugamos todos juntos y enseñarles cosas.
Carlos se fue haciendo cada vez más amigo de aquel niño y a entender que jugar en grupo podÃ
a ser mucho más divertido que hacerlo siempre solo y alejado de los demás. Además, como su amigo le dijo lo difÃcil que era todo cuando sus hermanos pequeños se ponÃan cabezotas, Carlos comprendió que debÃa cambiar su comportamiento para ponerles más fáciles las cosas a sus padres. Entendió que cuando llegaban a casa después de trabajar todo el dÃa les costaba mucho trabajo lidiar con sus perretas. En definitiva, la amistad con ese niño ayudó a Carlos a ser más comprensivo y a portarse mucho mejor en casa.