Había una vez un cuervo solitario que miraba con envidia a las hermosas palomas. ¡La blancura de sus plumas era tan hermosa al lado de su horrible y tétrico plumaje! Las palomas, al sentirse observadas y admiradas, presumían de su belleza ante su vecino cuervo, al que miraban con desdén y desprecio.
-¡Qué hermosas son las palomas blancas! -suspiraba el cuervo-. ¿Quién fuera paloma para disfrutar de tanta belleza?
Un día al cuervo se le ocurrió pintarse de blanco y colarse en el palomar. Decidido a hacerse pasar por paloma, el cuervo se coló en el molino y se dio un buen baño de harina. Cuando se vio bien embadurnado, el cuervo echó a volar. Cuando llegó al palomar ninguna paloma se dio cuenta del engaño. Pero ese día empezó a llover y el agua se llevó toda la harina, dejando al descubierto el negro plumaje del cuervo.
-¡Fuera, impostor, vete de aquí! -gritaron las palomas.
El cuervo se fue volando tan rápido como pudo, temeroso de ser atacado por cientos de palomas rabiosas. Cuando llegó a su guarida el cuervo, por fin, pudo tomarse un descanso. Pero poco tardó el cuervo en empezar a pensar en otra forma de conseguir que sus plumas fueran blancas.
-Me las pintaré con pintura blanca -pensó el cuervo. Y rápidamente se coló en el almacén de un pintor y se dio un buen baño en pintura blanca.
Cuando estuvo listo, el cuervo voló de nuevo al palomar, donde ninguna de las palomas se dio cuenta del nuevo engaño. Durante unos días el cuervo se quedó con ellas, pero sin perder de vista el cielo, por si volvía a llover, para poder esconderse del agua..
Pero un día, mientras el cuervo disfrazado de paloma jugaba con sus nuevas compañeras en una plaza, cerca de una fuente, un niño cogió un cubo de agua y se lo lanzó a las palomas. La pintura empezó a caerse de las plumas del cuervo que, sabiéndose descubierto, huyó sin más.
-Tengo que encontrar la forma de que mis plumas se vuelvan blancas para siempre -pensó el cuervo. Y tuvo otra de sus grandes ideas. ¡Desteñirse las plumas con lejía!
El cuervo buscó una lavandería y, aprovechando un despiste de los trabajadores, se dio un baño de lejía. Sus plumas quedaron de un blanco inmaculado.
-El blanco de mis plumas será la envidia de las demás palomas -pensó el cuervo. Y salió volando al palomar.
Los días pasaron y ninguna de las palomas de dio cuenta del regreso del cuervo. El cuervo se fue acostumbrando y, poco a poco, olvidó que era un cuervo y no una paloma.
Hasta que un día se relajó tanto que olvidó que, por muy blancas que fueran sus plumas, su graznido nunca sería tan dulce como el ulular de las palomas, y al abrir el pico para decir algo:
-¡Cruaaac-cruaaac!
Las palomas se quedaron mirando al cuervo que, al darse cuenta de su error, salió volando.
El cuervo se refugió en su guarida, pero cuando los otros cuervos lo vieron no fueron capaces de reconocerlo, por lo que lo echaron de allí.
Tiempo después las palomas fueron a buscar al cuervo y le invitaron a vivir con ellas, pues tanta insistencia y admiración ablandó su corazón. Solo le pusieron una condición: que aprendiera a emitir un sonido algo más parecido al que hacen las palomas. El cuervo se comprometió a intentarlo. Y así vivió feliz entre sus nuevas amigas durante muchos años.