Había una vez un duende que se alimentaba de mentiras. Por eso todo el mundo le conocía como el Devorador de Mentiras. El duende iba de aldea en aldea buscando mentirosos. Así, cada vez que el duende notaba que algo no era verdad, se lo comía. El mentiroso se quedaba mudo durante un rato y el Devorador de Mentiras se iba tan contento por haber comido. Y cuanto más grande era la mentira, más tiempo se quedaba mudo el mentiroso.
Poco a poco, el Devorador de Mentiras se fue haciendo más y más grande, porque comía mucho. Pero no porque fuera un glotón, sino porque la gente decía muchas mentiras a su alrededor.
Como se había hecho tan grande, el Devorador de Mentiras no pasaba desapercibido, así que la gente lo evitaba. Aun así, el Devorador de Mentiras se las ingeniaba para poder alimentarse.
Y así fue como el Devorador de Mentiras siguió creciendo y creciendo hasta convertirse en un monstruo descomunal, cada vez más feo y más hambriento.
El Devorador de Mentiras se hizo tan grande que podía arrasar un aldea entera al pasar casi sin darse cuenta. Por ello la gente le temía.
-Tenemos que acabar con el Devorador de Mentiras -decía la gente.
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Viene hacia aquí porque ha olido las mentiras -dijo alguien una vez-. Si fuésemos sinceros los unos con los otros nos dejaría en paz.
La gente entendió que la manera de ahuyentar al Devorador de Mentiras era no decir mentiras.
Así fue como el Devorador de Mentiras fue reduciendo su tamaño y se volvió a convertir en el un pequeño duende que, de vez en cuando, encontraba alguna mentira que comer.