El día que Abundio demostró no ser tan tonto
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El día que Abundio demostró no ser tan tonto

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El día que Abundio demostró no ser tan tonto No se conoce exactamente el origen de la expresión Eres más tonto que Abundio, pero de seguro que, si no hubiera existido, con el Abundio que protagoniza este cuento se hubiera inventado.

Había una vez un niño llamado Abundio, Abundio como su padre, su abuelo, su tatarabuelo y quién sabe si habría unos cuántos antepasados más.

Abundio era el hazmerreír del pueblo. Y es que Abundio era un poco tonto y bastante inútil. Al menos eso era lo que decía todo el mundo. Abundio, acostumbrado a oírlo a todas horas, ya ni se ofendía.

A Abundio le encantaba cuidar las flores del jardín y trabajar en la huerta. Pero su padre no le dejaba. Pero cada vez que sus padres le pillaban podando un tomatera o regando el césped les decía:

-Quita de ahí, Abundio, quita de ahí, que tú no sabes hacer eso.

A Abundio también le gustaba mucho ayudar en la cocina pelando patatas y zanahorias, moviendo el guiso o lavando la verdura. Pero cada vez que sus padres le pillaban con el pelador, con el cucharón o con el lavafrutas le decían:

-Quita de ahí, Abundio, quita de ahí, que tú no sabes hacer eso.

Otra cosa que le gustaba mucho a hacer a Abundio era poner la mesa. Pero cuando sus padres le pillaban colocando el mantel, los platos, los cubiertos o los vasos les decían:

-Quita de ahí, Abundio, quita de ahí, que tú no sabes hacer eso.

A Antonio también le gustaba mucho acompañar a sus padres a hacer la compra al supermercado del barrio, arrastrar la cesta y cargar con las bolsas de la compra. Pero sus padres siempre le decían:

-Deja eso, Abundio, deja eso, que tú no puedes cargar con tanto peso.

A Abundio también le gustaba coger a su hermanita pequeña. Pero cuando sus padres lo veían con ella en brazos le decían:

-Deja a la niña, Abundio, déjala, que pesa mucho y se te va a caer al suelo.

A Abundio también le gustaba mucho jugar con su hermana. Pero cuando sus padres los veían a los dos juntos le decían:

-Deja a la niña, Abundio, déjala, que la vas a hacer daño.

Un día Abundio estaba en el jardín cuidando de su hermana mientras sus padres volvían de hacer la compra. La niña estaba dentro de un pequeño corralito mientras Abundio la miraba desde fuera. La niña intentaba ponerse de pie mientras Abundio la miraba asombrado.

-¡Vamos, hermanita, arriba! -decía Abundio-. ¡Ánimo, pequeña! ¡Arriba!

Finalmente la niña se puso en pie. Dio dos pasitos y se volvió a caer.

-¡Levántate, valiente! -le dijo Abundio-. ¡Este es tu momento! ¡Aprovecha, que no están ni mamá ni papá para decirte que no puedes!

La niña se volvió a levantar, dio cuatro pasos seguidos hasta Abundio y levantó los brazos para que la cogiera.

-El día que Abundio demostró no ser tan tontoNo puedo, nena -dijo Abundio-. Mamá y papá dicen que no puedo.

-¿Por qué no lo intentas?

Era papá. Abundio no se dio cuenta de que sus padres ya habían llegado y los observaban desde la valla del jardín, muy emocionados.

Abundio no se lo pensó dos veces y alzó a su hermana, que gritaba de júbilo.

-Gracias por la gran lección que nos acabas de dar, Abundio -dijo mamá.

A partir de ese día a Abundio le dejaron cuidar las flores, ayudar en la cocina, poner, cuidar de su hermana, cargar con las bolsas del supermercado y muchas cosas más. De vez en cuando se hacía daño y cometía errores. Y muchas veces tenía que preguntar cómo se hacían las cosas. Pero nunca jamás nadie volvió a decirle que no podía o no sabía hacer algo. Porque todo se consigue a base de esfuerzo, y es mucho más fácil cuando tienes alguien que te anima a seguir intentándolo, que apoya cuando caes para que te vuelvas a levantar.
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