Había una vez un dragón que tenía especial afición por la miel. Siempre que podía se escapaba para meter el hocico en alguna colmena para comerse la miel.
-Eres un goloso -le decía su mamá cuando regresaba-. Un día de estos vas a tener un problema por ello.
Pero al dragón le daba igual. Estaba dispuesto a enfrentarse a las abejas. Pero las abejas siempre huían cuando el dragón aparecía, así que, en realidad, no había peligro. Al menos eso es lo que él pensaba.
Con el tiempo las abejas se fueron, así que el dragón tenía que ir cada vez más y más lejos a por la miel que tanto le gustaba.
Un día el dragón tuvo que ir tan lejos a buscar miel que se le hizo de noche. Su mamá siempre le había dicho que no debía volar de noche, así que el dragón se quedó escondido entre unas rocas esperando que se hiciera de día.
Cuando las abejas regresaron a la colmena descubrieron al dragón acurrucado y dormido. La abeja reina vio una oportunidad para vengarse. Reunió a todas las abejas y zánganos y les dijo:
-Rápido, id a buscar a más abejas y zánganos. Decidles que el dragón goloso está aquí,dormido. Es el momento de la venganza.
Poco después se había reunido alrededor del dragón el ejército de abejas más grande jamás visto. Cuando todos estaban listos y al ataque, la abeja reina que había organizado todo gritó:
-¡A por él!
Y todas las abejas se lanzaron para picar al dragón goloso, que estaba plácidamente dormido. A pesar de que la piel del dragón era muy dura, como había tantas abejas picándole a la vez, al final lo consiguieron.
Entre tanto, un ejército de avispones se acercaba al lugar. Las abejas habían hecho tanto ruido para avisar a sus amigas que todo el mundo se había enterado. Los avispones vieron una oportunidad de oro para darse un buen festín de abejas.
Las abejas estaban tan concentradas en picar al dragón que no detectaron la presencia de los avispones hasta que fue demasiado tarde para escapar. Los avispones había rodeado a las abejas, que se mostraron aterrorizadas cuando los vieron.
-¡Ayúdanos! -gritó la abeja reina al dragón.
-No tengo fuerzas -dijo el dragón-. Me acabáis de atacar.
-¡Jajaja! -rieron los avispones-. Ahora nos toca a nosotros darnos un festín.
Pero justo cuando los avispones se disponían a embestir a las abejas, el dragón se levantó y, con su último aliento, soltó una llamarada al aire. Los avispones salieron huyendo aterrorizados mientras el dragón caía al suelo.
-Oh, no -dijo la abeja reina-. Hemos intentado acabar con él y ahora se ha ido por salvarnos.
E
n ese momento llegó la mamá del dragón, que llevaba horas buscándolo.
-Tranquilas, se recuperará. He traído un antídoto -dijo la mamá del dragón-. Supuse que algo así pasaría alguna vez.
La mamá del dragón lo curó. Cuando volvió en sí, las abejas le pidieron perdón.
-Soy yo quien debería disculparse -dijo el dragón goloso-.
-Pero nos has salvado la vida -dijo la abeja reina-. Nosotras te atacamos para vengarnos y tú te sacrificaste por nosotras. Nos ayudaste a pesar de todo.
-Es lo menos que podía hacer -dijo el dragón.
El dragón goloso y las abejas llegaron a un acuerdo para que el dragón pudiera comer la miel que tanto le gustaba sin molestar a nadie.
Al final todo se arregló y todos aprendieron que ni la gula ni la venganza son buenas para nadie, pero que con el perdón y el diálogo se pueden conseguir muchas cosas.