Había una vez un bosque mágico en el que vivía un enanito que no paraba de hablar. Todo el día se lo pasaba este enanito parlanchín contando historias, verdaderas o inventadas, a todo aquel con el que se cruzaba. Ya fuera duende, enanito, gnomo, hada, elfo, animalito o insecto, cualquiera le valía al enanito parlanchín para soltar su retahíla.
Al principio todos le escuchaban. Unos, por educación, otros, por desconocimiento, pues no sabían que el enanito parlanchín, una vez que empezaba a hablar, ya no paraba hasta al menos pasada una hora -si había suerte- y que te perseguía allá donde fueras con su historia.
Con el tiempo, la gente empezó a huir del enanito parlanchín para evitar cruzarse con él. Y como cada vez le costaba más encontrar con quién hablar, al enanito parlachín se le acumulaban las palabras, así que cuando encontraba a algún despistado, la charla que le caía era larguísima.
Un día el enanito se dio cuenta de que le evitaban. Pero en vez de pensar en por qué ocurría eso, el enanito decidió disfrazarse para pasar inadvertido y poder llegar más fácilmente a alguien a quien poder contarle sus cosas.
Visto esto, y como no había manera de quitarse al enanito parlanchín de encima, entre todos decidieron expulsar a los enanitos del bosque. A los enanitos no les gustó la idea, pero entendieron que su compañero se había pasado y que era necesario hacer algo.
-Tendremos que librarnos nosotros de ese enano cotorro si queremos recuperar nuestro hogar -dijo uno de los enanos, aprovechando que el parlanchín estaba hablando con un pájaro herido que había en el camino.
-Podemos engañarle para que vaya a hablar con el trol de las montañas -dijo otro enanito.
-Pero eso es muy cruel. ¡Acabará con él! -dijo otro enano.
-Sí, pobre trol. Y luego a ver qué hacemos cuando el parlanchín vuelva.
-¿Cómo? Yo me refería al enanito. Pobre de él, el trol se lo comerá.
-El trol está muy aburrido. Si caza al parlanchín lo tendremos despistado una buena temporada.
Los enanitos llevaron al parlanchín cerca de la cueva del trol. Como no paró de hablar durante el camino ni se dio cuenta. Cuando llegó la noche y el parlanchín se durmió, los demás lo ataron a un roca y se fueron.
Por la mañana el trol lo encontró y se lo llevó, cuando aún no se había despertado. El enanito parlanchín despertó en una jaula.
-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado aquí? -dijo el enanito parlachín.
-Estás en mi cueva -dijo el trol-. Ahora eres mi mascota. Cuéntame algo, enanito. Seguro que tienes un montón de historias.
El enanito parlanchín se quedó mudo de miedo. Y así permaneció durante días.
-Eres muy aburrido, enanito -dijo el trol-. Alimentarte me da mucho trabajo y yo soy vegetariano, así que tampoco me sirves para comer. Lo mejor será que te deje libre.
El enanito parlanchín salió corriendo. De camino al bosque mágico se encontró con los demás enanos, que volvían a casa, pues habían sido readmitidos.
-¡No! ¡Acabaste con el trol demasiado pronto! -gritó un enano-. Contigo aquí ya no podremos volver.
En ese momento el enanito parlanchín se dio cuenta de todo. Todos los enanitos habían sido expulsados por su culpa y sus propios compañeros lo habían engañado para quitárselo de encima.
-¿Qué? ¿No dices nada? -preguntó un enanito.
El enanito parlanchín se puso a llorar, sin poder articular palabra. Solo pudo escribir en el suelo con un palito: “PERDÓN”.
Los enanitos se apiadaron de su compañero y se lo llevaron. Al fin y al cabo, ahora que se había quedado mudo, ya no era un peligro para nadie.
Una vez en casa, el enanito parlanchín fue recuperando el habla, pero para no molestar a nadie se iba a la cueva del trol, le contaba un montón de historias y luego volvía a casa. Y así, todos contentos. El enanito parlanchín hablaba, el trol se entretenía y los vecinos del bosque mágico se quedaban tranquilos.