Había una vez un ladrón que se dedicaba a robar cojines. El ladrón había entrado a robar cojines en todas las tiendas de la ciudad. Lo más extraño es que no se llevaba nada más que cojines. Y lo hacía de tal forma que no rompía ni ensuciaba nada.
Con el tiempo, las tiendas decidieron dejar de vender cojines. Así que el ladrón empezó a entrar en las casas a robarlos. Y, como pasaba en las tiendas, el ladrón no rompía ni estropeaba nada. Y solo se llevaba los cojines.
La policía había intentado pillarlo varias veces, pero no había manera. El ladrón era escurridizo y muy astuto. Y como no conseguía pillarlo llamaron a un investigador muy famoso al que no se le había resistido nunca ningún caso.
El investigador no daba crédito a lo que pasaba en aquel lugar. Jamás había visto nada igual. Pero enseguida ideó un plan.
-Vamos a colocar dispositivos GPS en unos cojines que se van a vender en una sola tienda de la ciudad -dijo el investigador-. Los cojines serán muy caros, para que nadie los compre. En cuanto el ladrón se entere dejará de robar casas e irá a por los cojines, esto seguro.
Y así lo hicieron. El ladrón picó y la policía pudo localizar al ladrón. Pero la sorpresa que se llevaron fue mayúscula cuando lo encontraron. El ladrón vivía en un barrio de chabolas. Los últimos cojines estaban en la habitación de una de ellas, en una habitación en la que dormían dos niños pequeños, sobre los cojines, porque no tenían cama.
La policía inspeccionó las chabolas y en todas pasaba lo mismo. No había camas, ni sillas ni sofás. Solo cojines
Nadie delató al ladrón, pero la policía se comprometió a hacer las gestiones necesarias para ayudar a los habitantes de aquel lugar. El ladrón no apareció, pero ya no volvió a robar cojines nunca más.