Había una vez un ladrón aficionado a robar colores. Sí, de verdad: un ladrón de colores. El caco anunciaba su llegada a bombo y platillo, literalmente. Días antes de instalarse en el municipio donde tenía previsto perpetrar sus fechorías, el ladrón contrataba una chirigota, una murga o cualquier grupo de músicos callejeros y les pedía que fueran cantando por las calles, anunciando su llegada.
Y cantaban:
Cuídense, gentes de honor
que llega el ladrón de colores.
Protejan sus posesiones,
que el que avisa no es traidor.
Prepárense, que ya llega
el más temido ladrón
que les dejará sin color
al menos, hasta que llueva.
No toquen nada, por favor,
si no quieren desteñirse
ni de su color despedirse.
El que avisa no es traidor.
La gente se tomaba aquellas canciones a broma y no se preparaban para la llegada del ladrón de colores.
Hasta que llegaba el día y, de repente, los colores empezaban a desaparecer, hasta que en la ciudad o en el pueblo todo, o casi todo, se veía de color blanco. Solo los árboles, los arbustos y las flores conservaban sus colores. Pero todo lo demás era de color blanco.
—¡No toquen nada! ¡No toquen nada! —gritaban las autoridades, recordando los versos de la canción callejera.
La gente, muy asustada, empezaba a quedarse en sus casas. Mientras, el ladrón campaba a sus anchas, robando más y más colores. Solo se libraban de su robo los lugares donde había plantas o vegetación.
La gente lloraba y se lamentaba al verlo todo tan triste. Solamente los que tenían flores y plantas en sus balcones o en sus ventanas o los que vivían cerca de un parque podían seguir disfrutando de un poco de color.
Pero, de pronto, llovía, y todo el color volvía a aparecer. La gente reía, cantaba y bailaba.
—¡Un milagro! ¡Un milagro! —decían unos. Solo unos pocos recordaban que eso ya lo avisaba la canción.
Y cuando dejaba de llover, volvía los músicos a las calles, cantando:
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Qué gozo, qué alegría
por sin ya se fue el ladrón
la lluvia nos devuelve el color;
pensamos que no volvería.
Fíjense en las zonas verdes,
en los árboles y en las flores
que no perdieron sus colores
y siguen hermosas y alegres.
El ladrón volverá algún día
y se llevará de nuevo el color.
El que avisa no es traidor:
planten flores, por favor.
Y así fue como, gracias al ladrón de colores, las ciudades y los pueblos se llenaron de parques y de balcones floreados. Y por todas partes había plantas y pequeñas zonas verdes.
Pero el ladrón no está triste, sino todo lo contrario. ¡Qué feliz se pasea el caco al ver tantas flores, tantos parques y tantas plantas!