Había una vez un ladrón muy peculiar que se dedicada a robar los globos a los niños. El ladrón permanecía escondido hasta un niño inflaba un globo y, en cuanto lo ataba, salía corriendo y le quitaba el globo.
Pronto corrió la noticia de que había un ladrón que robaba los globos a los niños nada más hincharlos, así que la gente empezó a tomar precauciones. Niños y mayores se rodeaban de gente para hinchar sus globos y enseguida les colocaban una cuerda que ataban a sus muñecas para que el ladrón no pudiera llevárselos.
-¡Maldición! -dijo el ladrón de globos cuando descubrió lo que estaba haciendo la gente-. Tendré que cambiar de estrategia.
Por aquellos días llegó a la ciudad una caravana de feriantes. Y entre los puestos de algodón dulce y manzanas caramelizadas se colocó un vendedor de globos.
-Esos sí que son buenos globos -dijo el ladrón-. ¡Qué maravilla! ¡Si flotan y todo! Tengo que conseguir unos cuantos.
Pero los globos estaban muy bien atados. Además, el vendedor no se separaba de ellos.
-Se los quitaré a los niños antes de que se los aten a la muñeca -pensó el ladrón.
El ladrón se escondió muy bien y, en cuanto el vendedor soltaba el globo del racimo para dárselo al niño, salía corriendo a la velocidad del rayo y se lo llevaba.
-Esto tiene que acabar -dijo el capitán de policía-. Hay que pensar algo para atrapar a este malhechor.
-Tengo una idea -dijo el agente Ramírez-. El ladrón debe ser bastante pequeño para pasar desapercibido, así he pesando que…. -Y le contó su plan.
-No hay nadie tan grande como para poder llevar a cabo ese plan -dijo el capitán.
-Sin ánimo de ofender, capitán, usted es bastante grande -dijo el agente Ramírez-. Pesa por lo menos 120 kilos, y si le añadimos algo de peso para ayudarle….
-Vale, vale, está bien, Ramírez -dijo el capitán-. Mañana mismo lo haremos.
Al día siguiente, el gran capitán de policía se disfrazó de vendedor de globos y cogió un racimo de globos enorme. Como el que no quiere la cosa, hizo como que se despistaba y enganchó el racimo de globos en un gancho que habían colocado estratégicamente en un banco del parque donde estaban los puestos de los feriantes.
E
n cuanto lo vió, el ladrón salió corriendo y cogió el racimo de globos. Pero el racimo tenía tantos globos y el ladrón era tan pequeño que no pudo sujetarlos y salió volando con ellos.
-¡Suelta los globos! -le gritaban desde abajo. Pero el ladrón no estaba dispuesto a renunciar a sus globos, y se fue volando con ellos.
Los policías tuvieron que seguir al ladrón y esperar a que los globos fuera perdieron aire para que el ladrón pudiera aterrizar. Allí lo apresaron y lo llevaron al calabozo.
El ladrón de globos fue condenado a inflar los globos de los niños pequeños hasta que aprendiera a portarse bien. Pero el ladrón estaba tan contento inflando globos que decidió seguir ayudando a los niños. Y así se quedaron todos contentos.