El gigante Dante era un gigante muy trabajador. Con el resto de vecinos de su aldea, el gigante Dante trabajaba acarreando piedras que bajaba desde la montaña. Con esas piedras se construían las casas de los demás gigantes.
Todos los gigantes estaban impresionados con el gigante Dante, porque era capaz de bajar más carros de piedras que ninguno. Y, lo que era todavía más alucinante: cuando había que cargarse las piedras al hombro, el gigante Dante siempre llevaba las más pesadas.
Un día, el gigante Dante se tropezó y se dio un tremendo coscorrón. El golpe fue tal que le salió un chichón del tamaño de un melón. No olvidemos que los gigantes tienen la cabeza muy grande.
Durante varios días, el gigante Dante cargó menos piedras de lo habitual. Nadie se preocupó por ello. Al fin y al cabo, con aquel chichón, el gigante Dante tendría que estar pasándolo mal.
Pero había terminado de curarse el chichón cuando el gigante Dante se tropezó otra vez. Esta vez, se cayó hacia atrás, y se hizo un buen moratón en las nalgas.
A partir de entonces, el gigante Dante cargó menos piedras todavía. Todos pensaban que era normal. Al fin y al cabo, entre el chichón y el golpe en sus posaderas, no debía de estar muy bien.
Y, por si esto fuera poco, unos días después, el gigante Dante se volvió a tropezar. Pero esta vez hacia un lado. Esta vez tuvo que dejar de trabajar, porque con el golpe que se dio no podía mover el brazo.
Los días pasaron, y el gigante se curó: el chichón bajo, el moratón desapareció y el dolor de brazo también se esfumó. Pero el gigante no volvió a trabajar.
Un día, uno de sus compañeros le preguntó:
—¿Cuándo vuelves a trabajar, gigante Dante?
El gigante Dante respondió:
—No voy a volver a cargar piedras nunca más, que cualquier día de estos me abro la cabeza. ¿No has visto la cantidad de accidentes que he tenido?
Apenas había terminado de decir esto cuando el gigante Dante se resbaló en un charco de agua.
—Parece que los accidentes pueden ocurrir en cualquier parte, gigante Dante —dijo su compañero—. A lo mejor si no te despistaras tanto y fueras atento, mirando por dónde pisas, no tendrías tantos accidentes.
El gigante Dante recapacitó y se dio cuenta de que, efectivamente, cada vez que se había caído o tropezado iba mirando a otra parte, hablando con alguien o pensando en cualquier sabe qué cosas.
Así que el gigante ante volvió a trabajar. Y ahí, cargando más piedras que antes. Porque como ahora va más atento, puede hacer mucho más. Es lo que tiene estar a lo que hay que estar.