Pedro tenía que conseguir dinero para comprar comida. Ya no le quedaba absolutamente nada que llevarse a la boca. Como no se le ocurría nada, Pedro salió a dar un paseo, a ver si se le ocurría algo.
—¿En qué piensas, amigo Pedro? —preguntó el vecino de enfrente.
—Necesito conseguir dinero y no sé qué hacer —respondió Pedro.
—En los bancos siempre hay mucho dinero —dijo el vecino.
—Pero solo te dan el que tú tienes o el que te prestan, y a mí no me prestan los bancos porque dicen que no se lo puedo devolver. Y razón no les falta —dijo Pedro.
—Pues si no te prestan el dinero, ¡róbalo! —dijo el vecino.
—¡Buena idea! —dijo Pedro. Y se fue al banco a robar el dinero.
Pedro se fue al banco con intención de atracarlo. Pero en cuando dijo eso de »¡Manos arriba, esto es un atraco!», los guardias de seguridad lo sacaron de allí y le advirtieron que, si volvía, se metería en problemas.
Pedro volvió a casa, cabizbajo. Parece que lo de robar el banco no era buena idea.
—¿Qué te pasa, amigo Pedro? —le preguntó el taxista.
—Necesito conseguir dinero y no sé qué hacer —respondió Pedro.
—Ponte a pedir en la calle o en la puerta del supermercado, que algo te caerá —dijo el taxista.
—¡Buena idea! —dijo Pedro. Y se sentó en la calle a pedir.
De aquello algo sacó. Unos le daban dinero, otros le llevaban comida, pero pronto la gente se cansó de verle allí sentado sin hacer nada y ya no le daban nada.
Un día, mientras estaba sentado pidiendo, se acercó el alcalde y le dijo:
—¿En qué piensas, amigo Pedro?
—Necesito conseguir dinero y no sé qué hacer —respondió Pedro.
—Pues trabaja, como todo el mundo —dijo el alcalde.
—¿Trabajar? —dijo Pedro—. Es que no sé hacer nada.
—Seguro que algo sabes hacer y, si no, lo aprender, que nadie ha nacido enseñado —dijo el alcalde.
—¿Y dónde puedo hacer eso de trabajar? —preguntó Pedro.
—Ven conmigo, que conozco alguien que podrá ayudarte con eso —dijo el alcalde.
Pedro acompañó al alcalde, que le llevó a un lugar donde había mucha más gente como él, aprendiendo diferentes oficios. A Pedro le mostraron varias opciones, hasta que encontró algo que le gustaba y que se le daba bien.
Meses después, Pedro se encontró de nuevo con el alcalde. Este le preguntó:
—¿Qué tal, amigo Pedro? ¿Encontraste trabajo?
—Sí, señor alcalde —dijo Pedro—. ¡Tenía que haber descubierto esto de trabajar antes! Ahora ya no tengo ni que robar ni que pedir. ¡Y estoy mucho más contento! Y, aunque acabo muy cansado, todos los días voy a clase al acabar el trabajo para seguir aprendiendo cosas nuevas.
—Me alegro mucho, Pedro —dijo el alcalde—. ¡Sigue así!
Desde entonces, a Pedro nunca le falta trabajo. A veces tiene que hacer cosas que no le gustaban mucho, pero como sigue estudiando y aprendiendo, siempre encuentra algo que le gusta más.
¡Ánimo, Pedro, que vas por buen camino!