En casa de Laura reciclaban muy poco. Tan solo las botellas de cristal y los periódicos viejos. Pero lo que nunca reciclaban era el aceite que usaban para cocinar. De hecho, cuando ya no servía, lo echaban directamente por el fregadero. Era más cómodo, pero no eran conscientes de lo peligroso que era aquello para el medio ambiente.
Un día, mientras se lavaba los dientes, Laura escuchó un sonido extraño en el desagüe. Se asomó a la ranura y trató de descubrir la procedencia de aquel ruido. En un momento, casi sin darse cuenta, resbaló y fue a parar, sin saber muy bien cómo, a una maraña de tuberías enorme. Ríos y ríos de agua sucia procedente de todas las casas de la ciudad. Como Laura era muy buena nadadora, no tuvo problema y, con unas cuantas brazadas, pudo llegar hasta un sitio seguro.
Desde lo alto de un muro pudo divisar todo el paisaje al que había ido a parar. Alcantarillas infinitas que se escondían bajo su ciudad. En medio de una gran ola, de repente surgió una especie de ser extraño. Era mitad cocodrilo mitad humano.
-Hola, pequeña. Soy el guardián de las alcantarillas -le dijo con voz grave.
Le contó que él era el encargado de vigilar el comportamiento de las personas en sus casas y de controlar si reciclaban y de observar qué hacían por ejemplo con los líquidos contaminantes.
-He visto que en tu casa echáis el aceite sucio por el fregadero y eso es una de las peores cosas que podéis hacer si queréis proteger el medioambiente -le dijo enfadado.
La niña al principio se asustó un poco, pero después entendió perfectamente todas aquellas palabras. El hombre-cocodrilo le explicó que con un solo litro de aceite se podían contaminar hasta 1.000 litros de agua. También que lo que provocaba es que muchísimos peces muriesen al no poder respirar en un agua tan sucia.
D
e hecho, le enseñó una zona en la que había acumulado mucho aceite usado de las casas del pueblo. Le dijo también que mucha gente arrojaba al inodoro las toallitas de los bebés y que eso también era muy peligroso, porque se atascaban las tuberías.
Laura escuchó muy atenta y después, con la ayuda de aquel personaje, pudo volver a su casa. Nada más llegar les explicó a sus padres y a sus hermanos todo lo que había aprendido. Les dijo que debían ser más respetuosos con el medio ambiente y reciclar el aceite de la cocina y todo lo demás. Las latas al contenedor amarillo, las botellas al verde y así sucesivamente. Al día siguiente explicó lo mismo a sus compañeros del colegio.