El ladrón de sonrisas
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El ladrón de sonrisas

Edades:
A partir de 6 años
Valores:
El ladrón de sonrisas Había una vez un tipo tristón y enfadadizo al que no le gustaba nada estar todo el día de mal humor. Todos a su alrededor se metían con él por su desagradable carácter, lo que no hacía sino acrecentar su tristeza y enfado.

Harto ya de tanta burla, este hombre decidió que, si él no podía ser feliz, nadie lo sería. Y, tras mucho investigar, encontró la manera de robar la sonrisa a la gente sin hacerles daños, empezando por los que tanto se metían con él.

Poco tiempo tardó en hacerse famoso este hombre, al que apodaron el ladrón de sonrisas. Todos sabían que era él, pero nadie podía hacer nada, puesto que no había ninguna ley que prohibiera robar sonrisas.

El ladrón de sonrisas guardaba las sonrisas en un cofre especial. Para evitar que se escaparan al abrirlo, el ladrón de sonrisas tenía siempre el cofre cerrado con llave y metía las sonrisas que robaba a través de un agujero especial que solo se podía abrir desde fuera.

Un día, mientras el ladrón de sonrisas buscaba alguna sonrisa que robar, un niño perdido llegó a su guarida, sin saber dónde estaba. El niño estaba muy triste, porque no sabía dónde buscar a sus padres, con los que había ido de excursión. Tenía hambre y frío, y ya era de noche para deambular por una ciudad desconocida.

El niño vio el cofre. Pensando que dentro habría comida o mantas intentó abrirlo. Pero no pudo, porque estaba cerrado con llave. El niño buscó a ver si veía algo con qué abrir el cofre. La llave no estaba por ninguna parte, pero encontró un trozo de metal un poco retorcido. Como no tenía otra cosa que hacer, el niño intentó forzar la cerradura con el trozo de metal. Ya llevaba un rato intentándolo cuando
apareció el ladrón de sonrisas:

-¿Qué haces, niño? -gritó, muy enfadado, el ladrón de sonrisas.

En ese momento, el niño consiguió abrir el cofre y miles de sonrisas salieron disparadas, en busca de sus dueños.

-¡No! ¡No! Cierra eso, insensato -gritó el ladrón de sonrisas.

Nada más decir estas palabras, una sonrisa despistada se estrelló contra la cara del ladrón, y cuatro o cinco más siguieron el mismo camino.

El ladrón de sonrisas empezó a reírse como loco. Una extraña energía recorrió todo su cuerpo. Cuatro o cinco sonrisas despistadas se estrellaron también contra el niño, que, de pronto, no se sintió tan desesperado y triste.

-No te preocupes, niño -dijo el ladrón de sonrisas sin parar de sonreír-. Llamaré a la policía para que encuentre a tus padres.

La policía se presentó en la guarida del ladrón de sonrisas, a donde nadie se atrevía a ir, protegidos para que el ladrón no hiciera de las suyas, sospechando que se trataba de una trampa.

CEl ladrón de sonrisasuando los policías vieron al ladrón de tan buen humor y al niño tan bien atendido no podían creérselo. Algunas de las sonrisas que todavía no habían encontrado a quien alegrar se estrellaron contra los policías, que no podían dejar de alegrarse por el feliz reencuentro del niño con sus padres y por la felicidad de ver al tipo más desagradable de la ciudad más feliz que nadie.

El ladrón de sonrisas guió al resto de sonrisas escapadas para que fueran a parar a muchas de las personas que se habían quedado tristes cuando le robaron la sonrisa.

-¡Oh, no! ¡No hay para todos! -se lamentó el ladrón de sonrisas.

Entonces, el ladrón se dio cuenta de que no hacía falta, porque todo aquel que veía a alguien sonreír, sonreía también.

Ese día el ladrón de sonrisas descubrió que la sonrisa es contagiosa y que no solo es muy fácil llevar un poco de felicidad, sino también encontrarla si sabes dónde buscar.
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