Había una vez un mago al que no le gustaba nada tener que escribir sus hechizos y pociones. Tampoco le gustaba nada dibujar, y eso que los dibujos eran imprescindibles para reconocer los ingredientes o recordar los resultados.
Un día, el mago decidió crear un lapicero mágico para no tener que encargarse él de las anotaciones e ilustraciones.
-Le daré las órdenes y él escribirá por mí -pensó el mago-. No, mejor aún, el lapicero mágico interpretará mis pensamientos y los plasmará en el papel.
Tras dos semanas de intenso trabajo el mago consiguió lo que quería: un lapicero mágico que escribía por él.
Al principio todo fue maravilloso. Al lapicero solo hacía falta sacarle punta de vez en cuando, pero era un trabajo menor.
-¡Qué dibujos tan bonitos! -decía el mago-. ¡Qué letra tan perfecta!
Pero al cabo de unos días el lapicero se gastó.
-¡Recáspita! Ahora tendré que crear otro lapicero mágico -dijo el mago.
El mago buscó entre sus apuntes las pócimas, conjuros y hechizos que había utilizado para crear el lapicero mágico. Pero no encontró nada.
-¡Oh, no! Estaba tan emocionado con la idea de no volver a coger un lápiz que no me molesté en escribir cómo creé el lapicero mágico ni en dibujar el proceso! -se lamentó el mago-. Tendré que empezar de nuevo.
Pero cuando fue a buscar un lapicero para escribir y unos cuantos lápices para experimentar, el mago se dio cuenta de que no le quedaba ninguno. Los había gastado todos.
-¿Qué voy a hacer ahora? -dijo el mago, muy triste ante la idea de no poder volver a escribir jamás.
E
ntonces, apareció por allí un ratoncito que llevaba en la boca un lapicero pequeñito, no más largo que su dedo meñique. Al verlo, el ratoncito se asustó. El mago lo siguió y descubrió que el ratoncito había escondido en su guarida todos los lapiceros pequeños que había ido tirando con los años y todos los lapiceros que había roto antes de conseguir crear el lapicero mágico. El mago cogió los lapiceros y los guardó.
El mago creó más lápices a partir de los lápices usados, pero en vez de usarlos para crear un lapicero mágico los empleó para escribir sus nuevas pócimas y hechizos.
Desde ese día el mago no ha vuelto a molestarse por tener que escribir, sino que lo hace con mucho gusto. Y es que a veces no valoramos lo que tenemos hasta que estamos a punto de perderlo.