Había una vez un mago anciano que tenía dos compañeros inseparables que le ayudaban con sus tareas: un perro y un burro. El perro se ocupaba de vigilar y el burro de cargar con las cosas del mago.
El mago estaba muy feliz con sus dos compañeros, que estaban atentos a todo lo que pasaba. El perro había evitado más de un robo en casa del mago y el burro había transportado muchas cosas importantes que el mago necesitaba para ayudar a sus vecinos.
El mago poseía un importante libro de recetas para crear remedios para todos los males, un libro muy codiciado por brujas y brujos. Y, por eso, el mago necesitaba la protección del perro.
Un día, un ladrón decidió darle al perro un sedante para que se quedara dormido y así poder entrar a robar sin problemas.
—Se lo daré a la hora de la cena, para que nadie sospeche —pensó el ladrón.
Tardó casi una semana en encontrar el momento adecuado. Y, cuando por fin lo logró, se agazapó tras unos matorrales cerca de la casa del mago y esperó.
Después de unas esperando, el ladrón decidió entrar. Ya estaba en la puerta cuando, de pronto, tropezó con el burro.
El burro se quedó sorprendido al ver al extraño. Normalmente, el perro olía a los intrusos a distancia. Y, ante la duda, decidió avisar, así que se puso a rebuznar como un loco.
El ladrón se asustó y salió corriendo. El mago se despertó enseguida y fue a ver qué pasaba. Al no ver a nadie regañó al burro y se fue a dormir de nuevo.
La misma escena se repitió a la noche siguiente. Y a la siguiente. El mago, cansado de que el burro le despertara con sus desagradables rebuznos, decidió llevar al burro a dormir a otro sitio, y lo ató a un árbol lejos de casa, para no poder oírlo.
Esa misma noche, el libro de recetas del mago desapareció. El mago culpó del robo al perro. Ya estaba a punto de echarlo de casa cuando el burro se acercó y empezó a rebuznar, mientras empujaba al mago con la cabeza para que se moviera en una dirección.
Allí el mago encontró señales de que alguien había estado allí escondido. El burro siguió rebuznando y empujó al mago más adelante. El mago encontró un rastro sospechoso, y lo siguió, acompañada del perro y el burro.
Y así llegó hasta una casa destartalada. Dentro había un tipo que pasaba las páginas de un libro muy concentrado. Tan concentrado estaba que no oyó entrar al mago, al perro y al burro.
—Perdone, buen hombre… —empezó a decir el mago.
—¡Ah! —gritó el hombre—. ¡Qué susto me ha dado usted!
—Alguien ha entrado en mi casa a robar un libro y su rastro conduce hasta aquí —dijo el mago—. ¿Ha visto usted algo?
—¿Yo? —dijo el hombre, mientras cerraba el libro que hojeaba y lo metía en un gran zurrón—. Yo no he visto nada. Disculpe, tengo prisa y me tengo que ir.
El hombre salió corriendo. Pero el burro, que lo había reconocido, le cerró el paso y le dio una coz que le mandó a la otra punta de la estancia.
Al caer, el libro se salió del zurrón y quedó abierto.
—¡Mi libro! —gritó el mago.
El mago recogió el libro y volvió a casa. Pidió perdón al burro y, tras revisar el plato del perro, comprobó que había restos de somníferos, se disculpó también con él.
El mago nunca más desconfió del burro y, cuando rebuznaba, le atendía. Al fin y al cabo, aunque parezca que la naturaleza te ha asignado una función, eso no quiere decir que no puedas ser útil para hacer otras cosas diferentes.