En inmenso árbol, en el centro de Reino Mágico, vivían las Hadas Azules, llamadas así por el color azul de sus alas. Las Hadas Azules eran muy pequeñitas, pero muy poderosas. Una sola de aquellas hadas tenía más poder que cualquiera de los magos o los brujos del resto del reino. Y juntas, podían derrotarlos a todos.
Pero entre ellas había una hada diferente, que tenía las alas verdes. Por eso la llamaban Alasverdes.
—Por su culpa estamos perdiendo poder —decían unas.
—Si no se va, una terrible maldición caerá sobre nosotras —decían otras.
—Esas alas verdes son una desgracia para la comunidad —comentaban algunas.
Un día, una terrible lluvia empezó a caer sobre el árbol de las Hadas Azules.
—Esto es culpa de Alasverdes. ¡Traedla ante mí! —dijo el Hada Reina.
Pero Alarverdes no aparecía por ninguna parte.
Al día siguiente, un viento salvaje empezó a agitar con furia las ramas de los árboles, mientras el agua seguían cayendo rabiosa.
—Esto es culpa de Alasverdes. ¡Traedla ante mí! —dijo el Hada Reina.
Pero Alarverdes no aparecía por ninguna parte.
No habían cesado el viento ni la lluvia cuando el suelo se puso a temblar con gran violencia.
—Esto es culpa de Alasverdes. ¡Traedla ante mí! —dijo el Hada Reina.
Pero Alarverdes no aparecía por ninguna parte.
—¿Dónde se ha metido Alasverdes? —gritó el Hada Reina. Y lo hizo tan fuerte, que todo el Reino se enteró de que Alasverdes había desaparecido.
Alasverdes decidió volver, a pesar de que no entendía para qué la querían.
—Siempre han renegado de mí —pensó—; no sé qué querrán ahora.
—Por tu culpa casi perdemos el árbol, Alasverdes —dijo el Hada Reina.
—Pero yo no estaba aquí, hace tiempo que me fui —dijo Alasverdes.
—Entonces, ¿por qué llovía? ¿Por qué había tanto viento y temblaba la tierra? —preguntó el Hada Reina.
—Yo no he tenido nada que ver —dijo Alasverdes.
—Está bien —dijo el Hada Reina—. Esta vez te irás, pero porque lo digo yo. Si no has estado aquí para luchar contra el mal tiempo cuando se te necesitaba, ahora que hace buen tiempo ya no te necesitamos nosotras a ti. ¡Vete!
Alasverdes se marchó, cabizbaja, sin entender nada.
Pero nada más abandonar el árbol, el viento, la lluvia y los temblores volvieron a castigar el árbol de las hadas.
—¡Alasverdes! —gritó el Hada Reina.
Alasverdes regresó, y el viento, la lluvia y los temblores cesaron. Y esta vez, el sol brilló con una fuerza nunca antes vista por allí.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó el Hada Reina.
—Parece que las alas verdes de Alasverdes no son una desgracia, sino un don —dijo una de las hadas ancianas—. Tal vez deberíamos darle una oportunidad y entender por qué sus alas son diferentes.
Las demás hadas estuvieron de acuerdo y empezaron a estudiar con interés y cariño a su extraña compañera. Y algo de razón debía de tener aquella hada anciana, porque desde todas tratan bien a Alasverdes, el árbol está más bonito que nunca, el sol brilla con más fuerza y la alegría reina en cada rincón de Bosque Mágico.
Quién sabe, tal vez ser diferente no te convierta en algo raro, sino en alguien especial.