Había una vez una nube que no dejaba de llorar. Al principio, la nube llorona fue bienvenida, porque el agua es importante. Llena los embalses y alimenta los cultivos. Pero después de un tiempo la gente empezó a quejarse, porque cuando llueve demasiado se estropean las plantas y se desbordan los ríos.
La gente no sabía por qué la nube no dejaba de llorar. Al principio no les importó, porque les venía bien. Pero cuando les empezó a molestar decidieron tomar medidas. Y fueron a buscar al viento, a ver si se la podía llevar.
-Iré a por la nube cuando deje de llorar -dijo el viento-. Está tan cargada de agua que me cuesta mucho empujarla.
La gente estaba muy preocupada. No les quedaba mucho tiempo. Tenían que sacar a la nube de allí. De repente, a alguien se le ocurrió preguntarse qué le pasaría a la pobre nube. Lo comentó con sus vecinos y estos pensaron que tal vez tuviera razón. Y fueron a hablar con la nube.
-Nube, ¿por qué lloras? -le preguntaron.
Pero la nube no contestó. En su lugar, siguió llorando, ahora con más fuerza.
-Dinos lo que te pasa, a ver si podemos ayudarte -le dijeron.
Esta vez la nube contestó:
-¡Es que no puede dejar de llorar! -dijo la nube-. ¿O es que no sabéis lo que pasa cuando alguien canta mal?
Los vecinos no entendían nada. Y le preguntaron:
-¿Qué pasa, nube?
-¡Qué llueve! -gritó la nube. Y faltó poco para que se rompiera en dos y provocara un gran trueno.
L
a gente del pueblo no sabía nada de eso. De hecho, a todos los vecinos les encantaba cantar, pero lo habían realmente mal. El problema es que nadie les había dicho lo mal que lo hacían. ¡A ellos les parecía que cantaban como los ángeles!
Los vecinos decidieron dejar de cantar unos días, a ver qué pasaba. La nube dejó de llorar y el viento fue a buscarla.
Desde entonces los vecinos del pueblo han contratado a un profesor de canto, que les está enseñando a cantar bien. Y cuando necesitan que llueva, se reúnen en la plaza a cantar tan mal como lo hacían antes. ¡Y siempre funciona!