La princesa Tesa era la única heredera del reino de Taslandia. Todos tenían puestas muchas esperanzas en ella. De niña había demostrado tener mucho talento e inteligencia, además de una gran don de gentes.
Pero cuando se hizo mayor y el rey, su padre, quiso darle algunas responsabilidades, la princesa Tesa empezó a mostrarse distante y poco amable.
Princesa Tesa evitaba estar con gente y, cuando se mostraba en público, siempre llevaba cubierta la cabeza y la media cara.
Y cuando alguien intentaba mantener una conversación con ella o se acercaba demasiado, la princesa Tesa le soltaba cualquier grosería para que la dejaran en paz.
Poco a poco, la gente empezó a dejar de lado a la princesa Tesa, a la que se veía cada vez más triste y sola. Nadie sabía qué había pasado, por qué había cambiado tanto la princesa. Simplemente, asumieron que era así y no se preocuparon por saber qué había pasado.
-Ella se lo ha buscado -decían unos.
-Menuda la que nos espera cuando llegue al trono -decían otros.
-Es un verdadero misterio esto que le ha pasado a la princesa, pero qué le vamos a hacer -pensaban algunos.
Un día, mientras la princesa Tesa paseaba sola por el bosque, se encontró con una pequeña hada. El hada la sorprendió cogiendo unas hojas de menta silvestre y metiéndoselas en la boca.
-¡Hola! -dijo la princesa Tesa-. ¡Qué sorpresa!
El hada enseguida se retiró hacia atrás, muy asustada.
-Lo siento -dijo la princesa.
El hada, al darse cuenta de que había molestado a la princesa, le dijo:
-No quería ser desagradable, pero es que me ha sorprendido tanto…
-Intento estar alejada de la gente y lleva la boca tapada para que nadie se dé cuenta de… mi problema -dijo la princesa Tesa-. Por favor, no se lo digas a nadie.
-¿Es por eso por lo que masticas hojas de menta, para disimular… eso que te pasa? -preguntó el hada.
-Sí, pero no funciona -dijo la princesa Tesa.
-Conozco a alguien que te puede ayudar -dijo el hada-. Es una enanita que vive en el bosque. Tiene muchas visitas de gente que tiene problemas en la boca, y ella siempre les ayuda. Y es muy discreta. Te guardará el secreto.
La princesa Tesa pidió al hada que le hiciera el favor de llevarla a visitar a la enanita. El hada accedió.
Cuando llegaron, el hada le pidió a la enanita que examinara a la princesa.
-¿Qué te pasa, muchacha? -preguntó a la enanita.
La princesa respondió:
-Pues es que yo…
-¡Para, para! Que ya entiendo lo que te pasa -la interrumpió la enanita-. ¿Desde cuándo te pasa esto?
-Hace unos meses -dijo la princesa.
-Esto va a ser un poco desagradable, pero puedo ayudarte -dijo la enanita-. Voy a buscar unas cosas y ahora vuelvo.
Cuando la enanita regresó llevaba consigo varias herramientas y una máscara de gas.
-Abre la boca -dijo la enanita.
La princesa obedeció, aunque tenía mucha vergüenza, y dejó trabajar a la enanita.
-¡Listo! -dijo la enanita, al cabo de un rato.
-¿Qué me pasaba? -preguntó la princesa.
-Tenías unas muelas podridas y muchos restos de comida entre algunas de ellas -dijo la enanita.
-¿Eso es lo que me provocaba el mal aliento? -preguntó la princesa.
-
Creo que sí -dijo la enanita-. Ya te he limpiado a fondo y te he hecho algunos arreglos en las muelas. Pero tendrás que venir varias veces más para que termine de arreglarlo todo. Y lavarte muy bien los dientes con unas cosas que te voy a dar ahora mismo.
-Muchas gracias, enanita -dijo la princesa-. Me has salvado.
-Espero que la próxima vez que tengas algún problema pidas ayuda, a mí o a alguien de confianza -dijo la enanita-. Los problemas no se arreglan solos.
-Es que me daba mucha vergüenza -dijo la princesa.
-Pero, ¿no te diste cuenta de que, cuanto más tiempo pasaba, peor se volvía todo? -preguntó la enanita.
-Tienes razón -dijo la princesa-. He aprendido la lección.
A partir de entonces la princesa volvió a ser la de siempre. A la gente le costó entender lo que había pasado. Pero la princesa contó a sus padres lo que había pasado y estos, comprensivos, la ayudaron a integrarse de nuevo.
Fue difícil, pero poco a poco volvió a ser la de antes y, con la ayuda de su familia y de sus nuevas amigas, volvió a ser ella misma y se convirtió en la mejor representante del reino de Taslandia.