Cuentan que un día de Reyes, hace muchos años, todos los niños de un pequeño pueblo se encontraron con una triste sorpresa: en ninguna caja había regalo, solo había un montón de papeles arrugados.
Los niños estaban muy tristes. No entendían por qué los Reyes Magos habían sido tan crueles. Porque una cosas es que no te traigan nada y otra muy distinta es que hagas ilusiones y luego no haya nada.
Todos los niños se reunieron en la plaza esa misma mañana. Había que descubrir qué había pasado.
-Los Reyes Magos no son así -dijo uno.
-Estoy de acuerdo, tiene que haber pasado algo -dijo otro.
-Creo que deberíais empezar a buscar pistas en los propios regalos -sugirió el tío de uno de los niños-. Al menos, eso es lo que yo haría.
-¡Buena idea! Traigamos aquí todos los regalos -dijo una niña.
-Y ¡no olvidéis el contenido! -sugirió el adulto.
A los pocos minutos todos los niños estaban de vuelta con sus cajas llenas de papeles.
-¿Qué os parece que abrimos todas las bolas de papel? -dijo otra niña-. Tal vez ahí encontremos alguna pista de quién ha robado nuestros regalos.
Los niño fueron abriendo, una a una, las bolas de papel. Para su sorpresa en cada hoja había escritas tres o cuatro palabras y, en la parte superior, un número.
-¡Ordenemos las páginas! -gritó alguien.
T
ras ordenar las hojas los niños descubrieron que los Reyes Magos solo les habían gastado una broma y que sus regalos estaban escondidos. Pero el mensaje no decía dónde estaban, pero sí por dónde empezar.
Ese día todos los niños de ese pequeño pueblo se lo pasaron siguiendo pistas hasta que, por fin, encontraron sus regalos.
Aunque ninguno tan especial como la divertida y emocionante jornada que pasaron todos juntos trabajando en equipo y con ilusión. Y es que los mejores regalos no siempre vienen envueltos con lazo, ¿no te parece?
