Todas las hadas conocen la historia del monstruo del bosque. Durante siglos, el monstruo del bosque ha estado al acecho, esperando el momento oportuno para cazar a alguna hada despistada. Por eso las hadas nunca salen solas al bosque.
Harto de esperar, el monstruo del bosque decidió cambiar de plan. Ya casi no le quedaban fuerza, y si no se comía un hada pronto, desaparecería. Pero no podía entrar con su aspecto en la aldea de las hadas. Tenía que cambiar su apariencia.
Con sus últimas fuerzas, el monstruo cambió de forma y se convirtió en un hermoso unicornio.
En su nuevo cuerpo de unicornio, el monstruo del bosque entró en la aldea de las hadas. Pero al pasar junto a un arroyo y ver su propio reflejo se dio cuenta de algo: tendría que ser discreto. Cualquier hada adulta se daría cuenta de que no era un auténtico unicornio.
Así que se escondió tras unos arbustos y espero a que pasara alguna hada jovencita e inexperta a la que pudiera engañar.
El unicornio esperó pacientemente hasta que, por fin, a lo lejos, vio llegar a su presa. Ya la había visto varias veces, pero siempre iba a acompañada por su mamá. Esta vez iba sola.
La pequeña hada iba muy contenta, porque era el primer día que la dejaban ir sola. Su madre le había advertido que fuera directa al colegio y que no se parase con ningún extraño. Pero ella solo pensaba en lo mayor que era por poder ir sola.
En cuanto la pequeña hada pasó junto al arbusto donde el unicornio se escondía, este saltó y se colocó delante de ella.
La pequeña hada se llevó un buen susto. Pero al ver que se trataba de un unicornio, enseguida se le pasó.
—Hola, pequeña hada —dijo el unicornio—. ¿Me ayudarías a llegar al bosque? Me he perdido.
—Vale —dijo el hada.
Entonces se dio cuenta de que su madre le había dicho que no hiciera caso a ningún extraño. El monstruo se dio cuenta de que algo no iba bien y le dijo a la pequeña hada.
—Puedes fiarte de mí. No soy más que un unicornio perdido.
Parece que eso tranquilizó a la pequeña hada, así que siguió adelante.
Pero pronto se dio cuenta de que estaba muy cerca del bosque. Ella sabía que no debía entrar en el bosque.
El unicornio se dio cuenta de su miedo y le dijo:
—No te preocupes, conmigo no te pasará nada en el bosque.
Pero esta vez la pequeña hada no cedió.
—Ya te he traído hasta aquí, así que ya puedes seguir solo —dijo la pequeña hada.
Al ver que no podría llevar al hada más lejos, el unicornio decidió pasar a la acción allí mismo. Le pisó el pie con su pata y empezó a transformarse y a recuperar su forma original.
L
a pequeña hada quiso echar a correr, pero no podía. El monstruo tenía mucha fuerza.
El monstruo del bosque ya estaba a punto de comerse a la niña cuando recibió un fuerte golpe cabeza y se movió a un lado, liberando el pie de la pequeña hada.
Esta salió corriendo mientras una lluvia de piedras caía sobre el monstruo, que huyó al bosque.
—¿Estás bien? —preguntó un hada a la niña.
—Sí, pero me he llevado un buen susto —respondió—. ¿Qué ha pasado?
El hada respondió:
—Somos la patrulla fantasma. Escondidas, vigilamos la aldea. Nadie sabe que estamos aquí. Tendrás que guardarnos el secreto. Y, por favor, haz caso a tu madre: no escuches a los extraños, aunque parezcan inofensivos.
Y así fue como las hadas se deshicieron del monstruo el bosque y cómo la pequeña hada aprendió que incluso los seres más bonitos, agradables y maravillosos pueden ser los más peligrosos.