HabÃa una vez un bosque de abetos en el que habÃa enormes árboles. Y, entre ellos, un pequeño abeto crecÃa lentamente. El pequeño abeto miraba a sus compañeros desde abajo, deseando ser tan alto como ellos.
Como era tan bajito, el pequeño abeto no recibÃa la visita de los pájaros, que se quedaban en las ramas de sus compañeros más altos.
Un dÃa, varios pájaros se posaron en las ramas del pequeño abeto. Este se puso muy contento.
—¿Qué os trae por aquÃ, amigos alados? —preguntó el pequeño abeto.
—Hemos oÃdo que van a talar los árboles más altos para construir casas en el bosque —dijo uno de los pájaros.
El pequeño abeto se puso triste, porque con él no iban a contar por ser bajito.
Y asÃ, poco a poco, fueron talando los árboles del bosque, menos el pequeño abeto.
—Este me lo llevo a casa como árbol de Navidad —dijo uno de los leñadores.
El pequeño abeto se puso muy contento porque pensó que a él también lo iban a talar, como a los demás. Sin embargo, el leñador no tenÃa un hacha en la mano, sino una pala.
El pequeño abeto sintió que otra vez lo despreciaban por ser pequeño, pues no se merecÃa ni siquiera ser talado, como los demás.
Pero pronto se le pasó la pena, porque en la casa del leñador todos le trataron fenomenal. Le pusieron muchos adornos de colores y preciosas luces. Además, metieron sus raÃces en una tierra fantástica que siempre estaba fresca y mullida. Y le colocaron en un sitio en el que le llegaba mucha más luz directa que la que nunca habÃa recibido.
Durante unas semanas el abeto pensó que era el arbolito más afortunado del mundo. Hasta que, de repente, le quitaron los adornos y se lo llevaron a un sitio oscuro.
Allà la tierra se secó y sus preciosas hojas verdes empezaron a ponerse oscuras. Para colmo, ya no le visitaba nadie.
Un dÃa, la puerta de aquel lugar oscuro se abrió. Un muchacho estaba revolviendo entre las cosas buscando algo. Entonces vio al pequeño árbol.
—Pobrecito —dijo. Y lo cogió.
El muchacho caminó bastante rato con el árbol a cuestas y lo dejó en un claro.
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€”Me ha abandonado —pensó el arbolito.
Pero poco después el muchacho volvió con una pala y un saco. Cavó un hoyo, sacó el arbolito de la maceta y lo plantó. Luego echó sobre la tierra lo que habÃa en el saco.
El arbolito se dio cuenta de que el muchacho lo habÃa salvado y se sintió muy agradecido. A partir de entonces, el muchacho visita al arbolito de vez en cuando. Y muchas veces lleva con él otros arbolitos como él, algunos en muy mal estado.
—¡Cuánto has crecido! —le dice el muchacho.
—Y tú también, pero no tanto como yo —piensa el arbolito.
Y asÃ, poco a poco, alrededor del pequeño árbol, el muchacho va plantando otros árboles que va rescatando del olvido y los vuelve a plantar para colocarlos donde deben estar: en el bosque.