Había una vez un perro solitario que vivía en un almacén abandonado. Un día, mientras estaba sentado a la puerta, un gato callejero se acercó a él y le pidió un poco de comida. El perro sintió lástima por el gato hambriento de color canela y le ofreció un trozo de pan que tenía guardado.
—Gracias —dijo el gato—. Veo que vives aquí solo y que tu casa es muy grande. ¿Podría quedarme aquí contigo?
—Vale —dijo el perro.
A día siguiente, por allí apareció otro gato callejero de color gris buscando comida. El perro compartió con él lo que había encontrado vagabundeando por la calle. El gato de color canela se acercó y el perro también compartió con él lo que tenía.
Poco a poco fueron llegando a aquel almacén abandonado gatos callejeros de todos los colores y tamaños. Todos buscaban un lugar donde quedarse y donde comer.
Durante días, el perro llevó comida para todos. Pero llegó un momento en el que no daba abasto con todo. Y, para colmo, los gatos cada vez le exigían más.
—¡Traes la comida muy tarde! A ver si te espabilas.
—Este pan está muy duro.
—Estas espinas no tienen nada de pez.
—Esta carne está mohosa
Una mañana, mientras el perro revolvía entre la basura, se le acercó una ardilla y le dijo:
—¿Eres tú el que alimenta a los gatos gorrones?
—Eso parece —dijo el perro—. Esos gatos viven a mi costa y no hacen más que exigirme más y más todos los días.
—¿Por qué lo consientes? ¿Es acaso tu obligación mantenerlos?
—Pues ahora que lo dices, no. ¡Pero están en mi casa! ¿Qué puede hacer?
—En realidad, solo es un almacén abandonado en el que te has refugiado, ¿no es así?
—Pues… sí.
—Si yo fuera tú, me buscaría otro sitio en el que vivir. A esos gatos desagradecidos no les debes nada. Ya sabes lo que dicen: mejor solo que mal acompañado.
—Tienes razón. Ahora mismo me busco otro sitio. Gracias, ardillita.
El perro se marchó y pronto encontró otro lugar en el que vivir.
Dicen que los gatos gorrones estuvieron protestando durante día, que lucharon entre ellos y que lo destrozaron todo de lo enfadados que estaban. Pero a buscar comida no fue ninguno. Hasta que estuvieron tan hambrientos que se tuvieron que marchar. Al viejo almacén abandonado no han vuelto.
Mientras tanto, el perro es feliz, a su aire. Cuentan que ha hecho amigos, pero gorrones en su casa no han vuelto a entrar. La lección se la llevó bien aprendida.