Barba Alegre era un capitán pirata muy apreciado por toda su tripulación. Todos los piratas que estaban bajo su mando sabían que era justo y trabajador.
Un día, Barba Alegre anunció algo importante a todos los piratas:
-En pocos días llegaremos a Isla Platina, llamada así por todos los tesoros que allí se esconden.
Todos los piratas vitorearon a su capitán.
-Pero solo tenemos una semana para cargar los tesoros en el barco. Lo que no esté cargado en siete días se quedará allí. Todo lo que cojamos será repartido a partes iguales, como siempre.
Los piratas estaban muy contentos. Muchos ya pensaban en retirarse de la vida pirata gracias a ese gran botín.
Pero cuando llegaron a Isla Platina muchos piratas estaban enfermos. Habían comido algo en mal estado y no tenían fuerzas a para cargar.
-Tranquilos, los demás trabajaremos mientras os recuperáis -dijo el capitán Barba Alegre-. Pero no os preocupéis. Os llevaréis vuestra parte, igual que los demás.
Todos los demás piratas decidieron trabajar más duro para poder sacar más tesoros mientras sus compañeros estaban enfermos.
Pero después de seis días sin trabajar, los piratas enfermos no mejoraban. Con la mosca detrás de la oreja, el pirata Barba Alegre se escondió para que los enfermos no advirtieran su presencia. Entonces, les oyó decir:
-Estos pánfilos están haciendo todo el trabajo mientras nosotros descansamos. Esto sí que es un buen negocio.
En ese momento, el capitán Barba Alegre salió de su escondite y le dijo:
-
¡Ah, qué malos compañeros sois! Pues vais a tener vuestro merecido. Solo os llevaréis lo que seáis capaces de sacar por vosotros mismos durante el último día, pues no permitiré que abuséis del trabajo de los demás. Y con eso os dejaré en el primer puerto que encuentre.
Los piratas intentaron hablar.
-Capitán…
-¡Silencio! -dijo este-. Dad gracias de que no os deje aquí, a vuestra suerte.
Y así fue como los piratas abusones se llevaron su merecido y como los demás, que habían trabajo muy duro, se llevaron mucha más recompensa de la que esperaban.