Había una vez un pirata que recorría el mundo a bordo de su barco. Tenía la barba tan blanca que todos le conocían como el pirata Barbacana.
El pirata Barbacana llevaba años surcando los mares, de acá para allá, confiando en sus destrezas y habilidades.
Un día llegó a un puerto hasta el momento desconocido para él. Allí halló a unos de sus colegas de juventud, el pirata Caracata.
-¡Hombre, qué haces tú por estas costas, pirata Caracata? -preguntó el pirata Barbacana.
-Hace mucho que dejé de ser pirata y me instalé en este lugar -dijo el pirata Caracata-. Aunque todos me siguen llamando pirata, saben bien que mis negocios son ahora otros.
-Y ¿a qué te dedicas ahora? -preguntó el pirata Barbacana.
-Hago un poco de todo: tengo una cantina, una casa de huéspedes y también comercio. Y todo legal, sin trampas, estafas ni robos -dijo el pirata Caracata.
-Vaya, mucho has cambiado entonces -dijo el pirata Barbacana.
-Si quieres podrías quedarte aquí conmigo y ser mi socio -dijo el pirata Caracata-. Cada vez tengo más trabajo y me vendría bien tu experiencia y tu conocimiento de la vida.
-La vida en tierra firme no es para mí, amigo -dijo el pirata Barbacana.
-Pues deberías pensártelo bien -dijo el pirata Caracata-. He oído que están organizando una flota de cazadores para acabar con la piratería de una vez por todas. Y que encerrarán de por vida a todo pirata que encuentren en el mar.
-Conmigo no podrán -dijo el pirata Barbacana-. No hay nadie con mis habilidades y mi conocimiento del mar.
-Piénsatelo, amigo -dijo el pirata Caracata-. La cosa se va a poner muy seria. Ahora tienes la oportunidad de evitar la cárcel.
Pero el pirata Barbacana no tenía ganas de dejar su estilo de vida, ni su barco, ni la sensación de libertad que sentía en alta mar. Así que, tras varios días en aquel lugar, cogió a su tripulación y partió, rumbo a donde le llevara el viento.
No tardó mucho en divisar a un grupo de barcos en el horizonte. No conocía su bandera, y estaban bien pertrechados de cañones.
-Deberíamos dar la vuelta, pirata Barbacana -dijo el timonel-. Son muchos barcos y están demasiado juntos como para pasar.
Al pirata Barbacana no le dio tiempo a contestar, porque enseguida una bala de cañón cayó muy cerca del barco.
-¡Rápido, volvamos al puerto! -gritó el pirata Barbacana.
Como el barco era muy rápida no tardaron en dejar a la flota de barcos atrás y llegar al puerto.
-¿Qué ocurre, amigo? -preguntó el pirata Caracata.
-Tenías razón, quieren acabar con nosotros -dijo el pirata Barbacana.
-Te ayudaremos, que aquí hay muchos como tú -dijo el pirata Caracata.
E
l pirata Caracata y una docena de antiguos piratas más ayudaron al pirata Barbacana y a su tripulación a camuflar el barco, cambiando su bandera y añadiendo detalles que lo hicieran pasar por un barco mercante.
Cuando la flota de cazadores de pirata llegó no pudieron encontrar nada que delatase que allí acaba de atracar un barco pirata. Así que se fueron por donde habían venido. Incluso al pirata Barbacana le tiñeron la barba y el pelo de color negro, por si acaso.
-Entonces te quedas ¿no? -preguntó el pirata Caracata.
-Creo que es un buen momento para retirarme de la piratería y dedicarme a otra cosa -respondió el pirata Barbacana.
-Habrá que cambiarte el nombre, ahora que ya no tienes la barba blanca -dijo el pirata Caracata.
-De eso nada -dijo el pirata Barbacana-. En unos días empezará a asomar ya el blanco, y ya verás lo poco que tardo en tener la barba cana otra vez.
Y hasta aquí el cuento del pirata Barbacana. Su vida, a partir de ahora, es otra historia.