Andrea y su hermano Aarón salieron de excursión por el bosque. Hacía un día precioso. El sol brillaba, los pajaritos cantaban, el cielo estaba azul y corría una brisa suave y perfumada. Todo era perfecto.
Andrea y Aarón, animados por el buen tiempo, decidieron ir más allá de lo que tenían previsto, a pesar de las advertencias de sus padres de que no se fueran demasiado lejos.
A la hora de comer llegaron a un lago. Dieron una vuelta alrededor de él hasta que encontraron una zona que parecía un merendero. Era el sitio perfecto para sacar los bocadillos y descansar un rato.
Los niños se sentaron y comieron. Pero estaban tan cansados que se quedaron dormidos. Al despertar casi había anochecido.
- ¡Rápido, Aarón, hay que ponerse en marcha! Se hará de noche muy pronto -dijo Andrea.
Aarón recogió sus cosas, se cargó la mochila a la espalda y dijo:
- Un momento, ¿por dónde hay que ir?
Ninguno de los dos recordaba cuál era el camino de vuelta. Empezaron a caminar con la esperanza de recordar por dónde habían llegado al lago, pero se hizo de noche antes de que lo encontraran.
- ¿Y ahora qué hacemos? -se lamentaban los niños.
Entonces, a lo lejos, vieron una luz.
- ¡Vayamos hacia allí! -dijo Aarón-. Parece que hay una casa.
- ¿Es que a ti todavía no te ha contado nadie el cuento de la casita de chocolate? -dijo Andrea, muy enfadada-. Allí podría vivir una bruja o una persona mala.
- ¡Pero qué dices, Andrea! Aquí no podemos quedarnos, hace mucho frío y podría venir cualquier animal hambriento. Además, tengo una idea. Nos acercaremos en silencio, investigaremos un poco y luego decidiremos si entrar en la casa o no. Con un poco de suerte tendrán un pajar o un establo donde podamos escondernos sin que nadie nos vea.
Andrea pensó que era buena idea y aceptó ir a la casa. Se acercaron sigilosos para que nadie les oyera llegar. Aunque hubiera dado lo mismo, porque en la casa había un bullicio tremendo. Cuando miraron por la ventana, los hermanos descubrieron a decenas de niños en pijama a punto de irse a dormir.
- ¿Quién anda ahí? -se oyó decir a alguien a sus espaldas.
- No nos hagas daño -dijo Andrea, asustada-. Nos hemos perdido, y solo buscábamos un lugar para pasar la noche.
C
uando se dieron la vuelta vieron que era un señor grande y rudo, pero de aspecto amable y bonachón. El hombre dijo:
- No deberíais ir solos por ahí. Esto está lejos de cualquier sitio habitado. ¿Saben vuestros padres que estáis aquí?
- No -dijeron los hermanos a la vez - Nos hemos perdido.
- Tomad este teléfono y llamadles -dijo el hombre-. Luego me lo pasáis y hablaré con ellos.
Cuando el hombre se puso al teléfono les explicó a los padres de Andrea y Aarón que era el encargado del albergue de Lago Alto, y que, aunque el albergue estaba lleno por unos niños que estaban de excursión, dejaría que pasaran allí la noche.
- Uf, hemos tenido suerte -dijo Aarón.
- ¡Desde luego! -dijo Andrea.
Los niños agradecieron al buen hombre su hospitalidad y prometieron ser más obedientes y cautos la próxima vez.