Había una vez un capitán pirata muy singular. En vez de buscar tesoros y saquear barcos mercantes como hacían todos los piratas, este pirata decidió surcar los mares en busca de un mago que le ayudara a recordar su nombre.
Poco a poco, los piratas fueron abandonando el barco para irse con otros piratas a hacer las fechorías propias de su condición. Sólo un joven grumete se quedó con el capitán que no tenía nombre.
Y allí estaban, el pirata sin nombre y su joven grumete navegando sin descanso en busca de un mago que ayudara al capitán a recordar cómo se llamaba.
- Capitán, ¿qué le ocurrió para que no recuerde su nombre?
- Cuando era joven un mago me convirtió en pez para que me metiera en la barriga de una ballena a recuperar un libro de conjuros que allí se encontraba -explicó el pirata-. Cuando conseguí encontrarlo lo saqué de allí pero, al volverme a convertir en persona descubrí, que no recordaba mi nombre.
- Y, ¿qué pasó con el mago? -preguntó el grumete.
- Desapareció antes de que yo me diera cuenta de que había olvidado mi nombre y le preguntara por él. Aunque antes de irse me dejó un mapa para que pudiera encontrarle si algún día lo necesitaba. Pero el mapa es muy confuso, y no estoy seguro de llevar el rumbo adecuado.
En ese momento, el grumete divisó a lo lejos una isla.
- ¡Capitán! ¡Capitán! ¡Es la isla del mapa! -dijo el grumete.
- Echa el ancla, marinero -dijo el capitán-. Yo arriaré el bote y remaremos hasta la playa.
Cuando llegaron a tierra, el capitán y el grumete exploraron la isla. Pero estaba desierta. Allí no había más que monos, reptiles e insectos.
- Mago, ¿estás aquí? - gritó el pirata.
Una voz respondió desde los cocoteros:
- ¿A qué mago buscas?
El capitán se dio cuenta de que tampoco conocía el nombre del mago, pero aún así dijo:
- Vengo a buscar a un mago al que ayudé hace años a recuperar un libro de la barriga de una ballena. No recuerdo mi nombre.. y he venido a buscar a ese mago para que me ayude a recordar cómo me llamo.
Hubo un largo y profundo silencio. De pronto, alguien apareció entre la vegetación.
- Entonces soy yo -dijo el mago.
- ¿De verdad? -dijo el pirata esperanzado.
- Sí, pero...no puedo ayudarte a recordar tu nombre. Aunque lo que sí puedo es decirte cómo encontrar uno nuevo.
- Pero yo quiero el mío -dijo el pirata.
- Sólo puede devolvértelo alguien que lo recuerde y yo tampoco tengo muy buena memoria... -dijo el mago.
- Pero yo no tengo familia y todo el mundo me ha llamado siempre capitán.
- Entonces busca a alguien que te aprecie y que te dé un nombre.
- Tampoco tengo a nadie -dijo el pirata.
- No es cierto -dijo el grumete de pronto-. Yo le aprecio. Me salvó la vida cuando era un pequeño. Capitán, ha sido lo más parecido a un padre que he tenido nunca.
El pirata se emocionó ante las palabras del joven grumete, y entonces se dio cuenta de que el muchacho tampoco tenía nombre.
- Tú tampoco tienes nombre, grumete -dijo el pirata-.
- Quiero llamarme como tú
- Pero yo no tengo nombre
- Entonces te llamaré Padre -dijo el grumete.
- Y yo te llamaré a ti Hijo.
Y se dieron un fuerte abrazo.
El capitán y el grumete, es decir, Padre e Hijo, se despidieron del mago y se subieron al bote. Mientras remaban, le gritaron al mago:
- Y tú, mago, ¿cómo te llamas?
- Yo tampoco tengo nombre -respondió el mago.
- Entonces te llamaremos Amigo. ¡Hasta pronto!