Había una vez una casita en medio de un bosque encantado en la que vivía una bruja que tenía muy malas pulgas. La bruja hacía muchos hechizos y conjuros dentro de la casita.
Poco a poco, parte de la magia que usaba la bruja se fue quedando en las paredes de la casita. Tanta magia se había pegado a las paredes que un día la casita descubrió que estaba viva. Pero la bruja no se había enterado… todavía.
Un día la casita empezó a agitar las ventanas. Creó una corriente de aire tan fuerte que se apagó el fuego del puchero donde la bruja hacía una pócima. Y cada vez que lo encendía, la casita volvía a agitar las ventanas para apagarlo.
Otro día la casita se dedicó a abrir las puertas cada vez que la bruja las cerraba, y a cerrarlas cada vez que la bruja las abría.
En una ocasión, a la casita se le ocurrió moverse de sitio mientras la bruja dormía. Cuando se despertó, la bruja se encontró en medio del desierto. Pensando que era un sueño o que estaba sufriendo alguna alucinación, se volvió a acostar. La casita aprovechó para cambiar de nuevo de sitio. Cuando la bruja volvió a levantarse se encontró en medio del polo norte. Volvió a acostarse, pero al despertar estaba en lo alto de una colina rodeada de montañas.
Harta de tanto cambio, la bruja pegó un grito:
- ¿Se puede saber qué pasa aquí? ¡Habla! ¿Quién eres?
- Soy la casita. Solo quería jugar un poco -respondió la casita.
- Jugar, ¿eh? Ahora te voy a enseñar yo qué es jugar.
La bruja empezó a dar patadas en el suelo y tirar los libros contra las paredes mientras la casita gritaba y lloraba de miedo.
- La próxima vez que quieras jugar acuérdate de cómo me gusta jugar a mí -dijo la bruja. ¡Y ahora llévame de vuelta a mi bosque!
Cuando llegaron al bosque la bruja salió a buscar bayas para hacer una de sus pócimas.
La casita, triste y dolorida, aprovechó la ausencia de la bruja para marcharse sola. Caminó y caminó hasta que llegó a otro bosque lejano.
- Me quedaré aquí -pensó la casita-. Parece que no vive nadie cerca.
La casita se asentó en aquel lugar y se echó a dormir. Al rato, unas voces despertaron a la casita. ¡Dos niños se habían metido dentro! Del susto que se llevó, la casita agitó las ventanas.
- Mira, Pedro, ¡las ventanas se mueven! -dijo uno de los niños.
- ¡Qué divertido Luis! -dijo el otro niño.
- Pedro, si nos vamos a quedar en esta casita deberíamos limpiarla y ordenarla un poco, ¿no crees?
- Sí, parece que un tornado hubiera pasado por aquí. ¡Mira cómo está todo!
Los niños se pusieron a limpiar y recogerlo todo. La casita, muy agradecida, jugaba con ellos a abrir y a cerrar las puertas y ventanas. De vez en cuando, mientras dormían, la casita se cambiaba de sitio. Los niños estaban encantados con aquellas excursiones sorpresa.
En una de esas excursiones, los niños, que llevaban un tiempo perdidos en el bosque, encontraron a sus padres y todos decidieron quedarse a vivir en la casita juguetona. Pronto descubrieron que la casita era muy mimosa y que jugar era su forma de demostrarles su cariño.
Y todos vivieron felices.
¿Y la bruja? La bruja todavía anda por ahí buscando dónde quedarse. Tiene tan mal humor que ni siquiera las cuevas quieren tenerla cerca.