En un lejano castillo vivía un joven príncipe con el que todas las muchachas jóvenes del reino querían casarse. Sin embargo, el príncipe pasaba todo su día con su mascota, una gata cariñosa y pequeña de nombre Rusta. Casi no tenía otras aficiones. Solo estar horas y horas con su gatita suave y amorosa.
Al cabo del tiempo, el príncipe se cansó de la gata. Decía que él ya era mayor y que le tocaba casarse. Pero como nunca había hecho amigos porque casi no salía de casa, tampoco había encontrado el amor.
Un día, estaba el príncipe jugando con su gata a los pies de la chimenea cuando de repente apareció un hada que dio tres toques leves en el suelo y convirtió a la pequeña gata en una maravillosa joven, cumpliendo así sus deseos. El príncipe, asombrado y feliz, anunció al momento su boda con la joven Rusta, el mismo nombre que tenía cuando era gata.
A la mañana siguiente, el palacio estaba repleto de invitados y regalos para el evento. En ese momento, en medio de toda esa felicidad, por el inmenso salón pasó correteando a toda velocidad un pequeño ratoncillo. Al verle, la joven Rusta, poseída por su instinto de animal cazador, se abalanzó sobre el animalillo y se lo comió de un bocado. Escandalizado el palacio, nadie aceptó esa boda. El príncipe empezó a desear la vuelta del hada para que volviese a convertir a la joven en su gata de siempre. A pesar de que lo deseó con todas sus fuerzas, nunca se hizo realidad.
La joven Rusta se pasó los siguientes años comiendo ratoncillos, porque era lo único que le gustaba. Rechazaba todos los manjares que había en palacio, solo quería cazar su propia comida. Al cabo de los años el príncipe se cansó de ella y mandó encerrarla en un torreón.
Rusta ideó durante meses un plan para escapar. Con las servilletas de la comida que le iban llevando, atando unas a otras, logró escapar por la ventana. Eran muchos metros, pero Rusta había juntado muchas servilletas.
Cuando logró escapar, el príncipe montó en cólera. Había sido tan caprichoso que no había pensado en que las cosas no se podían modificar a su antojo. Al final, terminó solo. Sin esposa, sin gata y sin amigos. Y es que, cuando se enteraron de que había hecho trampa recurriendo a una hechicera para casarse, todos le dieron la espalda.