El profesor Inventonio era un inventor que solo inventaba cosas para evitar que la gente tuviera que hacer las cosas. Su invento estrella era un aparato que limpiaba solo. Esto no parece gran cosa, pero nada más lejos de la realidad. El robot limpiador del profesor Inventonio se ocupaba de analizar lo que habÃa que limpiar y decidÃa qué hacer. Si faltaban productos de limpieza, el robot los compraba. Si habÃa que mover un mueble, el robot lo movÃa. Pero ¡si hasta recogÃa y ordenaba las cosas!
El profesor Inventonio también habÃa inventado un robot paseador de perros, que incluso recogÃa las caquitas y desinfectaba las zonas donde el perro habÃa hecho sus cositas.
Un dÃa, al profesor Inventonio se le ocurrió una idea genial: crear un robot de lectura. Pensó que la gente estarÃa encantada de tener un robot que leyera por ellos y que luego les contara, de manera resumida, lo que habÃa leÃdo. Luego pensó que serÃa todavÃa mejor crear un robot tan inteligente que pudiera recomendar las lecturas más adecuadas para su dueño y que incluso le creara una opinión sobre el libro para poder discutir sobre el libro con sus amigos.
El profesor Inventonio se puso a trabajar enseguida en su nuevo invento. SabÃa que tenÃa mucho trabajo por delante, porque era un reto enorme. No se trataba solo de crear un robot que hiciera cosas y que tomar decisiones, no; el robot de lectura tenÃa que aprender a pensar por sà mismo, y eso no era una tarea fácil.
Después de varios meses, el profesor Inventonio creó el primer robot de lectura del mercado. Y lo puso a la venta. Enseguida se vendieron las primeras mil unidades. La gente estaba loca por adquirir aquel invento.
Pero pocos dÃas después empezaron los problemas.
—Este robot de lectura no lee nada, profesor Inventonio —decÃan unos.
—Este trasto pretende que lea yo las cosas, profesor Inventonio —decÃan otros.
El profesor Inventonio recogió algunas unidades para estudiar lo que habÃa pasado y se ofreció a recoger todos los robots para arreglarlos. Para su sorpresa, solo le devolvieron unos pocos.
El profesor Inventonio decidió visitar a los compradores que no habÃan devuelto sus robots. Al primero que visitó fue a un niño pequeño.
—¿Qué tal funciona tu robot? —preguntó el inventor.
—Genial —dijo el niño—. ¡Me está enseñando a leer!
—Pero el robot deberÃa leer por ti —dijo el profesor Inventonio.
—Pero a mà me gusta más esto —dijo el niño—. Leer es superdivertido, ¿sabe usted?
—Bueno, bueno, pues nada, muchacho, sigue aprendiendo a leer, que de alto te servirá, aunque solo sea para divertirte —dijo el profesor. Y se fue a ver a otro comprador. Esta vez era una niña un poco más mayor.
—¿Qué tal funciona tu robot? —preguntó el inventor.
—Genial —dijo la niña—. Justo ahora estábamos discutiendo sobre lo interesante que es el último libro que he leÃdo.
—¿Cómo es eso? ¿Es que el robot no lo ha leÃdo por ti? —preguntó el profesor Inventonio.
—¿Para qué querrÃa yo que un robot leyera por mÃ, con lo que a mà me gusta leer? —preguntó la niña—. Es mucho más divertido hablar con el robot sobre el libro. Tiene una conversación alucinante este aparato, ¿sabe usted?
—Bueno, bueno, pues nada, muchacha, sigue debatiendo sobre el libro, que de alto te servirá, aunque solo sea para entretenerte —dijo el profesor. Y se fue a ver a otro comprador. Esta vez era un adolescente que parecÃa muy entretenido con un libro y que tenÃa a su robot sentado a su lado, leyendo también.
—¿Qué tal funciona tu robot? —preguntó el inventor.
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€”Genial —dijo el muchacho—. El robot me ha recomendado un libro superinteresante y lo estoy leyendo.
—¿Cómo es eso? ¿Es que el robot no quiere leerlo por ti para contártelo después y decirte lo que tienes que pensar? —preguntó el profesor Inventonio.
—¿Para qué querrÃa yo que un robot decidiera y pensara por mÃ, pudiendo hacer eso por mà mismo?
—preguntó el muchacho—. Es mucho más interesante crearse una opinión propia y decidir por uno mismo. Este robot me recomienda unas lecturas muy variadas y a las que nunca hubiera prestado atención si no es por él, ¿sabe usted?
—Bueno, bueno, pues nada, chaval, sigue leyendo y pensando por ti mismo que de alto te servirá, aunque solo sea para tener tu propia opinión—dijo el profesor.
Tras un rato pensando en lo que podrÃa haber pensado, el profesor Inventonio exclamó:
—¡Claro! ¡Ya sé lo que ha pasado! Le di al robot una inteligencia tan ponente que él, por sà mismo, ha decidido que su labor no debe ser hacer que la gente no lea, sino animarles a que lo hagan y a que disfruten con los libros.
El profesor Inventonio decidió no hacer nada con sus robots, porque, después de todo, lo que habÃa creado era mucho más que bueno, era extraordinario.