El salón de los espejos
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El salón de los espejos

El salón de los espejos Cuando Ramón fue al Palacio Real de Madrid de excursión con el colegio, su estancia favorita fue el Salón de los Espejos. La profe les explicó, con ayuda del guía, que era un salón de estilo neoclásico. Los colores que más se repetían eran el blanco y el azul y la parte alta de los espejos estaba decorada con dibujos de árboles y plantas.

A Ramón le llamó mucho la atención el hecho de que una reina de hacía muchos años usase ese salón como su tocador particular. Le extrañaba que necesitase tanto espacio y tantos espejos para peinarse o empolvarse la nariz.

-Serán cosas de reyes- pensó el niño para sus adentros.

Mientras paseaba entre los espejos, asombrado por su tamaño y por lo relucientes y limpios que estaban, Ramón tuvo un pequeño accidente. Como iba tan distraído no se dio cuenta de que en el suelo había una piel de plátano. Como no la vio, la pisó y resbaló. Pero en vez de darse de bruces contra el espejo, se cayó en su interior.

Ramón traspasó el cristal y fue a parar a un sitio desconocido. A un lugar en el que todo el mundo tenía espejos en vez de manos. Espejos para comer, espejos para escribir y espejos para lavarse. Espejos para todas las cosas que hacemos en nuestro día a día. Ramón se dio cuenta entonces de que él también tenía espejos al final de sus dos brazos. Después, miró a su alrededor y vio que la gente actuaba con total normalidad. No les extrañaba tener esas raras extremidades.

DEl salón de los espejose repente, ante los ojos del niño apareció un personaje que sí reconocía: la bruja de Blancanieves. Esa bruja mala y perversa que repetía “espejito espejito, dime quién es la más hermosa del reino”. Era la dueña del mundo de los espejos al que Ramón había ido a parar tras resbalar en aquella sala del Palacio Real. El niño pronto se dio cuenta de que era un mundo de gente presumida, de personas que estaban todo el día mirándose al espejo y sólo pendientes de su aspecto.

Lo malo es que se habían dejado de preocupar por otras cosas y eso no era bueno.
A Ramón no le gustó lo que vio y decidió que haría todo lo posible para volver a casa. Al final lo consiguió y, desde entonces, ya no le gustó tanto el salón de los espejos.
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