Había una vez una niña llamada Anita que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Un día, mientras exploraba un viejo sendero cerca de su casa, Anita descubrió algo increíble: una estación de tren olvidada por el tiempo. Los ladrillos estaban cubiertos de musgo y las agujas del gran reloj parecían haber estado quietas durante siglos.
Pero lo más sorprendente era el tren que descansaba en los rieles. No era un tren común. Sus vagones relucían con colores dorados y plateados, y sobre ellos se podía leer un nombre grabado con letras resplandecientes: “El tren de las eras”.
Anita estaba tan emocionada que decidió subir a bordo. Apenas sus pies tocaron el suelo del tren, un sonido suave y musical llenó el aire, como si el tren mismo le diera la bienvenida.
—¡Bienvenida, pequeña viajera! —dijo una voz profunda y amable.
Anita se giró y vio a un hombre alto, vestido con un uniforme antiguo y un reloj de bolsillo dorado que brillaba intensamente. Era el Maquinista Cronos, el guardián de aquel tren mágico.
—Soy el Maquinista Cronos, y este es el Tren de las Eras. No recorre distancias, sino épocas. ¿Te gustaría aprender sobre el pasado, el presente y el futuro del transporte?
Anita asintió con entusiasmo, y en ese momento, un pequeño gato con ojos como esmeraldas saltó a sus pies.
—Yo soy Zarpa, y aunque no lo parezca, sé más de lo que podrías imaginar —dijo el gato con una sonrisa astuta.
El tren comenzó a moverse suavemente, y Anita sintió como si el tiempo mismo se estuviera deslizando a su alrededor. El primer vagón en el que entraron estaba decorado con pinturas rupestres. Cronos le explicó a Anita cómo los primeros humanos usaron la rueda para facilitar su vida y cómo este invento transformó el transporte para siempre.
En el siguiente vagón, Anita vio los primeros carruajes tirados por caballos, y luego los barcos de vela surcando los océanos. Con cada vagón que pasaban, el tiempo avanzaba, y Anita veía cómo la humanidad había aprendido a moverse por el mundo, siempre buscando nuevas formas de estar más cerca unos de otros.
Y cuando ya parecía que todo había acabado, Anita llegó al vagón futurista. Las paredes eran de cristal y fuera de ellas se veía una ciudad llena de vehículos voladores. Pero a pesar de todo el avance tecnológico, Anita notó que las personas en las calles parecían distantes, cada una absorta en su propio mundo, sin compartir ni sonreír.
—Este es el futuro si olvidamos lo que hemos aprendido de nuestro pasado —dijo Cronos con una voz solemne—. Si no recordamos la importancia de avanzar juntos, podríamos perder la conexión con los demás.
A
nita sintió una gran responsabilidad. Decidió que tenía que hacer algo para cambiar ese futuro. Con la ayuda de Zarpa y las historias que había aprendido durante el viaje, comenzó a hablar con las personas del futuro. Les contó cómo, en cada era, las personas habían trabajado juntas, compartido ideas y se habían ayudado mutuamente para llegar donde estaban. Poco a poco, la frialdad comenzó a desvanecerse, y la gente volvió a mirarse a los ojos y a sonreír.
El Maquinista Cronos, satisfecho, llevó a Anita de regreso a su tiempo. Antes de despedirse, le dio un pequeño reloj dorado, similar al suyo.
—Este reloj no solo marca las horas, sino también los momentos que compartes con otros. Recuerda, Anita, el verdadero progreso es el que hacemos juntos.
Anita regresó a su pueblo, con el corazón lleno de nuevas historias y la certeza de que, no importa a dónde nos lleve el futuro, siempre debemos recordar la importancia de estar unidos.