Juanita era una niña muy traviesa a la que no le gustaba nada obedecer y siempre hacía lo que le daba la gana. Y lo que le daba a Juanita la gana era hacer lo contrario de lo que le decían los mayores, fuera lo que fuera.
Un día Juanita estaba de paseo por el campo con sus papás y con su perro Mocu. A Juanita le encantaba jugar al aire libre con Mocu, coger flores silvestres y observar a los bichos. A Juanita le gustaban tanto esas excursiones que se le olvidaba llevar la contraria y obedecía a todo lo que le decían. Pero ese día Juanita estaba muy enfadada con sus papás y decidió vengarse.
-En cuanto se despisten me esconderé en la arboleda a la que no me dejan nunca ir -pensó Juanita.
Y así lo hizo. Aprovechando un momento en que sus papás estaban preparando la merienda y Mocu estaba mordisqueando un hueso, Juanita se fue corriendo hacia la arboleda y se escondió tras un grueso tronco.
-¡Juanita! ¡A merendar! -gritó mamá. Pero Juanita no respondió.
-Se habrá entretenido observando a los escarabajos o a las hormigas. -dijo papá-. Pero pasaba el rato y Juanita no aparecía.
-Deberíamos ir a buscarla -dijo mamá-. Estaba muy enfadada, ¿recuerdas? Y ya sabes lo desobediente que es.
-Pero en el campo siempre se porta bien -dijo papá-. Aunque yo también estoy preocupado. Vamos a buscarla.
Los papás de Juanita y Mocu empezaron a buscar a la niña, pero esta no aparecía. Miraron tras las rocas y entre los matorrales, pero de la niña no había rastro.
Entre tanto, Juanita seguía sentada tras aquel enorme árbol. Estaba tan lejos que no oía las voces de sus padres. Llevaba ya un buen rato allí cuando apareció una señora mayor, con cara de buena persona.
-¿Quieres comer algo? Tienes cara de hambrienta -dijo la señora.
Juanita tenía miedo. Sabía que no debía hablar con extraños, ni mucho menos aceptar comida o bebida de ellos, pero estaba tan enfadada que decidió aceptar su oferta.
-Se lo agradecería -dijo la niña-. Tengo mucha hambre y también mucha sed.
-Ven conmigo -dijo la señora-. Mi casa está a cinco minutos de aquí, escondida tras esas rocas.
Juanita se levantó y se dispuso a seguir a la mujer. Pero no dio ni tres pasos cuando se dio cuenta de que lo que iba a hacer estaba mal. Y le entró miedo. No conocía a esa mujer. Parecía buena gente, pero eso no cambiaba el hecho de que fuera una completa desconocida.
-Creo que mejor me iré con mis padres, que seguro que me están buscando y no andarán muy lejos -dijo
Juanita, retrocediendo.
-¡Tú no vas a ninguna parte! -dijo la señora, cogiendo a la niña de la trenza-. ¡Te vienes conmigo!
En ese momento apareció Mocu, que había seguido el rastro de Juanita hasta allí, y empezó a la ladrar con rabia a la señora. Ésta, asustada, salió corriendo.
Alertados por los ladridos los papás de Juanita corrieron hasta la arboleda y encontraron a Juanita llorando junto a Mocu, que no paraba de ladrar. Cuando la niña vio a sus padres se les echó a los brazos y, sin dejar de llorar, dijo:
-Lo siento, he sido una tonta. Perdonadme, prometo no volver a escaparme nunca, ni a enfadarme más..
Así es como Juanita aprendió que, por mucho que se enfade con sus papás por algo, de nada sirve querer vengarse haciéndoles rabiar, porque la que más tiene que perder es ella misma.