Irene miró por la ventana. Había caído una nevada monumental. Irene se hizo ilusiones. Con tanta nieve se lo iba a pasar genial con sus amigos. Podrían hacer muñecos de nieve y hacer una guerra de bolas de nieve. Y podrían deslizarse cuesta abajo por la calle, porque seguro que los coches no podrían circular.
Irene vivía en un pequeño pueblo, en plena sierra. Era un lugar precioso para vivir.
-Mamá, me voy a la calle -dijo la niña.
-No puede ser, hija -dijo mamá.
-¿Por qué? -preguntó Irene-. Seguro que están todos fuera, jugando con la nieve.
-No hay nadie en la calle -dijo mamá-. Nadie puede salir, ni siquiera nosotras.
-¿Por qué? -preguntó la niña.
-Ha nevado tanto que las puertas están bloqueadas -dijo mamá-. Tendremos que esperar a que alguien quite la nieve.
-¿Y quién va a hacer eso, si nadie puede salir? -preguntó Irene.
-No te preocupes, que ya hemos avisado -dijo mamá-. Pero tendremos que esperar.
-¿Qué hacemos entonces? -preguntó Irene.
-Tendremos que esperar -dijo mamá-. ¿Jugamos a algo?
-No, me pongo con los videojuegos -dijo Irene.
-Pues ya puedes ir pensando qué hacer cuando te quedes sin batería -dijo mamá-. Tampoco hay electricidad ni conexión a Internet. Por la nevada.
-¿Qué hacemos entonces? -preguntó mamá.
-Tengo un montón de juegos de mesa -dijo mamá-. Vamos a sacarlos y eliges.
-Jo, mamá, ¡qué plasta! -dijo Irene.
-Pues no tenemos otra cosa que hacer, así que vamos -dijo mamá, sin perder el entusiasmo.
Irene descubrió que había un montón de juegos interesantes y pasó un día maravilloso con su madre.
Y cuando por fin volvió la luz Irene no quiso dejar de jugar.
-Mamá, ¿podríamos jugar otro día? -preguntó-. Podría invitar a mis amigos. Seguro que les encantan estos juegos.
-¡Por supuesto! -dijo mamá-. Cuando quieras.
Y desde entonces, cuando cae el sol, Irene invita a sus amigos a casa y juegan a un juego de mesa. ¡¿Quién habría dicho que eso era tan divertido?!