A Fedra no le gustaba nada el colegio y sacaba muy malas notas. No es que Fedra fuera poco capaz, sino que era muy vaga. Pero para evitar que la maestra le exigiera mucho, ella se hacía pasar por tonta.
Fedra preguntaba las cosas muchas veces para que la maestra viera que le costaba entender las cosas. Para que no le exigiera mucho en los trabajos, Fedra hacía lo justo, con una caligrafía mediocre y unos dibujos muy simples.
Aunque la maestra no dejaba de insistir en que tenía que trabajar mejor, al final Fedra consiguió lo que pretendía: que la maestra no le exigiera demasiado. Y así Fedra llegó a ser de las últimas de la clase.
Un día la maestra llegó muy contenta al aula. Todos los niños lo notaron al instante. Cuando traída buenas noticias, a la maestra le brillaban los ojos de manera especial.
-¿Qué noticia buena tienes para nosotros? -preguntó Luis.
-¡Cómo me conocéis ya! -dijo la maestra-. Sí, traigo buenas noticias. No, mejor que buenas… ¡excelentes!
Todos los niños abrieron los ojos como platos. Si la maestra decía que eran excelentes noticias es que realmente lo eran.
-¡Nos han seleccionado para participar en la olimpiada escolar! -exclamó la maestra-. Estaremos dos semanas de tour por todo el continente, compitiendo contra otros grupos. Podremos hacer turismo, conocer a mucha gente nueva y hacer muchas cosas.
-¡Bien! -gritaron los niños.
-Pero… -los interrumpió la maestra- no podréis ir todos.
-¡Oh! -exclamaron los niños.
-La olimpiada está reservada solo a los niños que tengan más de una ocho de nota media -dijo la maestra-. Esforzaros durante estas semanas que quedan.
Fedra estaba muy triste. Su nota media era de un cinco y medio, algo menos tal vez. Todos los demás que no llegaban al ocho estaban muy cerca.
-Vaya, Fedra, parece que tú te quedarás en tierra -le dijo una de sus compañeras, muy bajito para que la maestra no la oyera.
Fedra no estaba segura de qué hacer. Llevaba tanto tiempo haciendo lo justo que no sabía si iba a poder subir suficiente nota. Pero, aún así, lo intentó.
La maestra se quedó sorprendida con los exámenes y los trabajos de Fedra de las últimas semanas. Y llegó el día de la verdad.
-Tengo los resultados. Hoy os diré quiénes irán a la olimpiada.
Los niños guardaron silencio. La maestra empezó a decir nombres. Todos menos el de Fedra.
Cuando acabó la clase Fedra se acercó a la maestra.
-¿Yo me quedo? -preguntó Fedra.
-Sí, Fedra. Tus últimos exámenes han sido muy buenos, pero aún te falta medio punto. Tenías unas notas muy bajas. Aunque has demostrado ser mucho más capaz de lo que nos has hecho creer durante mucho tiempo, las normas son las normas. Al menos ahora sabemos que puedes rendir igual mucho más, incluso más que la media. Eso es una buena noticia.
Fedra estaba enfada consigo mismo. Al final hacerse la tonta solo le serviría para quedarse en casa. Sin embargo, la maestra habló con la organización y finalmente logró que la niña también fuera a la olimpiada.
Desde entonces Fedra se esfuerza al máximo, porque ha descubierto que merece la pena hacerlo. Y es, mientras que la pereza la dejaba estancada, el trabajo la llevaba muy lejos, en este caso, literalmente.