—Mamá, ¿me cuentas un cuento antes de dormir?
—¿Qué historia quieres oÃr hoy, Isabel?
—No sé —dijo Isabel, mientras se metÃa en su camita y su mamá la arropaba despacito, como a ella le gustaba.
—¿Uno de piratas? ¿O de brujas?
—A lo mejor hoy no quiero un cuento. ¿Por qué no me explicas una cosa?
—Dime qué te preocupa y yo te contesto con un cuento.
—Hoy la maestra ha regañado a Lucas porque siempre piensa en él y no en los demás. La maestra dice que eso no está bien, que tenemos que pensar también en los otros. Dime, ¿por qué es importante ayudar a las personas? ¿Por qué no podemos simplemente preocuparnos solo por nosotros mismos?
—Conozco el cuento perfecto. Se titula ‘Fridtjof y la Brújula del Corazón’.
La mamá de Isabel empezó a contarle la historia de Fridtjof Nansen, a su manera.
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Hace mucho tiempo, en una tierra de brisas gélidas y vastos mares de hielo, vivÃa un valiente explorador llamado Fridtjof Nansen. Vestido con un abrigo grueso y siempre con su brújula en mano, viajaba hacia lugares donde pocos se atrevÃan a ir.
—Mira, ahà está Fridtjof —susurraban los niños al verlo pasar—. Dicen que ha visto el borde del mundo.
Un dÃa, mientras caminaba sobre el crujiente hielo, Fridtjof encontró a una familia de osos polares atrapados en un bloque de hielo.
—¡No temáis! —exclamó Fridtjof, acercándose lentamente.
Aunque le costó mucho, Fridtjof fuerza, logró liberar a la familia de osos.
—Gracias, amigo. Ojalá pudieras ayudar a otros de tu espacio —le dijo la madre oso. Y le habló de un lugar lejano, donde humanos, igual que los osos, estaban atrapados, no por hielo, sino por el miedo y la tristeza. Eran refugiados, personas que habÃan perdido sus hogares.
Al oÃr la historia, Fridtjof sintió un tirón en su corazón. Aunque a el le encantaba vivir entre el hielo y ayudar en aquello inhóspito lugar, sabÃa que habÃa un nuevo viaje que debÃa emprender.
—Ayudaré a esos refugiados. Pero esta vez, no necesitaré esto para encontrar mi camino —dijo Fridtjof, guardando su brújula—. Mi corazón me guiará.
El viaje fue largo y difÃcil. Pero cada vez que sentÃa cansancio, recordaba a la familia de osos y a los refugiados esperando ayuda, y eso le daba fuerzas para seguir adelante.
Llegó a un campamento lleno de tiendas de lona, donde esperaban personas de rostro cansado. Los niños miraban con ojos curiosos, algunos se escondÃan detrás de sus madres, otros jugaban con piedras y palos, soñando con juguetes reales.
Fridtjof se arrodilló para estar a la altura de un niño pequeño que sostenÃa una manta vieja.
—Hola, amigo —dijo con una sonrisa suave.
El niño le devolvió la sonrisa, mostrando un huequito en sus dientes.
—¿Eres un explorador? —preguntó el niño.
—SÃ, lo soy —respondió Fridtjof, rascando su barba—. Pero ahora, quiero explorar cómo ayudarte a ti y a todos tus amigos.
Y asÃ, el valiente explorador de tierras gélidas comenzó una nueva misión. Organizó refugios, trajo alimentos y juguetes para los niños. Pero lo más importante, les trajo esperanza.
Una noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, una niña se acercó a él con un dibujo en mano. Mostraba a Fridtjof, con su abrigo y una brújula, rodeado de niños sonrientes.
—Es para ti —dijo con timidez.
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€”¡Qué bonito! —murmuró Fridtjof, mientras las lágrimas luchaban por no salir de sus ojos—. Sabes, pensé que mi mayor reto era llegar al lugar más lejano del mundo, pero estar aquÃ, ayudando a quienes lo necesitan, es mucho más interesante.
Los años pasaron y las historias de Fridtjof, el explorador de corazón grande, se contaron en hogares y escuelas, inspirando a jóvenes y ancianos por igual.
Y asÃ, en un rincón helado del mundo, un hombre con una brújula no solo descubrió nuevos lugares, sino también el infinito poder de la bondad.
Con el tiempo, todos recordaron que, a veces, el viaje más importante es aquel que hacemos para ayudar a los demás, guiados por la brújula de nuestro corazón.
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—¿De verdad habló con los osos, mami? —preguntó Isabel, con cara de tener mucho sueño.
—A lo mejor esa parte me la he inventado.
Isabel bostezó y murmuró:
—Da igual. Lo importante es que, a veces, la verdadera aventura no está en lo que encontramos para nosotros, sino en lo que damos a los demás.
—Buenas noches, tesoro.
Isabel ya no dijo nada más, porque se habÃa quedado profundamente dormida.