Heldig era un hombre que se sentía muy afortunado, pues tenía todo lo siempre había querido tener: fama, fortuna, reconocimiento y éxito. Incluso contaba con el cariño y el amor de todos los que le rodeaban.
Pero Heldig tenía un pequeño secreto: un pequeño cristal que ofrecía una imagen mejorada de él mismo a otras personas. Lo que hacía este cristal era mostrar la mejor cara posible a otras personas, según lo que estas quisieran ver. Solo tenía que envolver el cristal con la mano un momento para dar la imagen adecuada.
Gracias a su cristal mágico, Heldig podría ser tan guapo o tan algo como hiciera falta, tan elocuente o divertido como hiciera falta, incluso tan discreto como fuera menester. El cristal también le permitía mostrarse como una gran trabajador, un excelente orador e incluso una persona cariñosa y sensible. Todo dependía de lo que esperara de él la persona con la que estaba.
Un día, mientras caminaba por la calle, Heldig se encontró con un niño pequeño. El muchacho estaba buscando alguna cosa que se le habrá perdido al suelo. Heldig no lo dudó ni por un instante y fue a ayudar al niño mientras utilizaba la magia del cristal.
Mientras apretaba el cristal, Helding pensó que tal vez el niño lo vería como un héroe, o mejor aún, como su salvador.
Sin embargo, cuando Heldig llegó hasta el niño y este lo vio no pasó nada. La apariencia original de Heldig se mantuvo: un hombre sencillo, sin nada en especial, solo la persona detrás de todas las máscaras que había creado para aparentar.
Al ver que no pasaba nada Heldig sintió vergüenza. Ese niño no esperaba nada de él, ni tenía una alta expectativa, solo deseaba que fuera él mismo.
Justo entonces aparecieron muchos de sus conocidos. Pero Heldig estaba tan consternado con lo que había pasado que se olvidó de apretar el cristal.
Sin embargo, todos los que le conocieron le saludaron como siempre.
Entonces Helding entendió que no necesitaba aparentar con nadie y que podía ser él mismo.
Ese mismo día escondió el cristal y no lo volvió a sacar jamás. Podía ser él mismo, ya no necesitaba aparentar.