Había una vez un rey que tenía dos hijas gemelas, Alicia y Patricia. Las dos princesas habían crecido en el palacio y habían recibido la misma educación. Sin embargo, aunque físicamente eran idénticas, en lo demás no se parecían en nada. Eran tan diferentes en sus modales y en su forma de actuar que era muy fácil diferenciarlas.
Alicia era una princesa tranquila, siempre correcta, siempre perfecta. Patricia, en cambio, era como un terremoto, siempre activa.
Un día el rey, viendo que se hacía mayor, decidió elegir a su heredera. Reunió al consejo y les dijo a sus hijas, las princesas:
-Mi reino lo heredará la más bella de mis hijas.
Uno de los asesores del rey se adelantó y dijo:
-Señor, las princesas son idénticas. ¿Cómo queréis que compitan en belleza?
El rey, como única respuesta, levantó los hombros, dando a entender que eso era algo que tendrían que resolver las princesas.
-¿Qué vamos a hacer? -le dijo Alicia a su hermana Patricia.
-A mí esto no me gusta nada -respondió Patricia.
-¿Por qué tendremos que competir? -dijo Alicia.
-Podríamos ir a visitar al ermitaño sabio del bosque, para que nos aconseje -dijo Patricia.
-Está bien -dijo Alicia.
Al día siguiente las dos princesas se pusieron en camino y fueron a visitar al ermitaño sabio del bosque. Cuando le contaron su problema, el ermitaño sabio dijo:
-Ambas sois de apariencia hermosa, aunque me temo que esa no es la belleza a la que se refiere vuestro padre.
-Entonces, ¿a qué se refiere? -preguntó Alicia-.
El ermitaño sabio miró a Patricia y le preguntó:
-¿Tú lo sabes?
Patricia la miró y dijo:
-¿La belleza interior?
-Eso es -dijo el ermitaño.
Alicia y Patricia se miraron la una a la otra. Iguales por fuera, diferentes en su interior, pero ambas maravillosas.
-Creo que nuestro padre nos está poniendo a prueba -dijo finalmente Alicia.
-¿Y si jugamos a confundirle? -propuso Patricia-. Si no es capaz de distinguirnos no podrá elegir.
-¿Cómo hacemos eso? -preguntó Alicia.
-Comportémonos las dos igual -dijo Patricia-. Un día seremos las dos Alicia y otro día seremos las dos Patricia. Y así hasta que nos diga algo.
Y eso hicieron las dos princesas. Al principio fue un poco difícil ponerse en el papel de la otra, pero poco a poco le fueron cogiendo el truco.
El rey estaba desconcertado. Ya no era capaz de reconocer a sus hijas. Así que reunió al consejo, las llamó y le dijo:
-Hijas, he de reconocer qué no puedo diferenciaros. Así no podré elegir a una de vosotras como heredera.
-¿Estás disgustado? -preguntó una de las princesas.
-
¿Te hemos defraudado? -dijo la otra.
-No, la verdad es que no -dijo el rey-. Os he puesto a prueba para ver qué pasaba, para ver qué había dentro de vosotras, más allá de vuestro aspecto. Y lo que he visto me ha sorprendido. Sois ambas maravillosas, aunque no sea capaz de distinguiros.
-¿Has tomado ya tu decisión? -preguntó una de ellas.
-Decidid vosotras -dijo el rey-. Respetaré vuestra decisión.
Las dos princesas se miraron y, como si hubieran sido capaces de leerse la mente, dijeron:
-¡Las dos!
-¡Excelente elección! -dijo el rey.
-Señor -interrumpió un miembro del consejo-, nunca antes ha habido dos reyes o dos reinas. Esto es inaudito.
-Pues nosotros lo haremos así -dijo el rey-. Que no se haya hecho nunca no quiere decir que no pueda hacerse ahora, y menos cuando es una excelente solución.
Y así fue como las dos princesas se convirtieron en reinas y trajeron a su pueblo paz y prosperidad.