Juan y Diego eran dos amigos inseparables, pero muy diferentes el uno del otro. Juan era aventurero, extrovertido e independiente y Diego era muy tímido y asustadizo. Aun siendo tan distintos, se llevaban genial, porque, de hecho, se complementaban. Cuando Diego tenía miedo por un perro inofensivo, Juan le calmaba diciendo que no pasaba nada. Por otro lado, cuando Juan no veía el peligro y trataba por ejemplo de trepar a un árbol, su amigo le frenaba.
Lo malo era que los padres de Diego no le dejaban hacer casi nada solo y eso le hacía ser aún más inseguro. Ya tenía 12 años y era muy responsable, pero nunca le habían dejado solo en casa y le acompañaban siempre a la parada del autobús escolar. Más que ayudarle a hacer los deberes se los hacían ellos y no le pedían nunca que hiciese la cama o recogiese sus cosas. Lo malo era que luego en el colegio los profesores no lograban que Diego resolviera los problemas por sí mismo o que recogiese sus cosas del aula cuando acababan una actividad. No era que Diego lo hiciese con mala intención, sino que no tenía la costumbre.
Un verano, los padres de Juan invitaron a Diego a pasar unos días con ellos en el camping al que iban siempre. Sus padres le dejaron ir, pero no sin antes hacerle un montón de advertencias.
A
l cabo de las dos semanas que Diego pasó con la familia de su amigo Juan, sus padres fueron a recogerle y lo notaron muy cambiado. Si se hacía un pequeño rasguño apenas le dolía y, sin llegar a ser un inconsciente, había perdido el miedo a muchas cosas que antes le atemorizaban. Sus padres, sorprendidos, preguntaron a los padres de Juan y la respuesta fue clara:
- Solo era necesario darle un poco de libertad y confiar más en él. Es un niño muy responsable y es perfectamente consciente de los peligros.
Desde ese momento pudo ir solo al cole y poco a poco empezó a hacer cada vez más cosas por sí mismo.