El brujo Ton se creía el ser más especial que había sobre la faz de la Tierra, más importante que cualquiera que hubiera habido y habrá jamás.
No cabía duda de que el brujo Ton era increíblemente poderoso. Tal era su poder que era capaz de mover montañas, apagar volcanes, secar océanos y volverlos a llenar.
Un día, la bruja Tan le retó a algo que dejó al brujo Ton muy inquieto. Eso fue lo que la bruja Tan le dijo al brujo Ton:
—No serás tan poderoso si no puedes brillar más que la luz de Sol.
—Apagaré el sol entonces —dijo el brujo Ton.
—De nada serviría eso si tú no puedes brillar con él —dijo la bruja Tan.
—Pues es verdad, pero lo conseguiré —dijo el brujo Ton—. Y cuando lo haga, apagaré el Sol, para que todos podáis ver que soy doblemente poderosos.
—Ya veremos, brujo Ton, ya veremos —dijo la bruja Tan, a modo de despedida.
El brujo Ton trabajó sin descanso para conseguir ser tan potente como el Sol. Pero se quemó varias veces, así que decidió que igualmente ganaría la apuesta si construía un objeto que brillara más que el Sol.
Y así construyó una antorcha mágica, una tan luminosa que hacía sombra al Sol.
Todo el mundo estaba alucinado con la antorcha mágica del brujo Ton. Hasta allí llegaban viajeros de todo el mundo para admirar el gran prodigio de la mágica del brujo Ton, una creación sin precedentes.
También se acercó la bruja Tan.
—Estaba esperándote, bruja Tan —dijo el brujo Ton—. Quería que presenciaras en primera fila cómo apago el Sol y cómo mi antorcha mágica ocupa su lugar.
—Espera, no te apresures —dijo la bruja Tan.
—¿Qué ocurre? —preguntó el brujo Ton.
—Solo quiero comprobar una cosa —dijo la bruja Tan. Y nada más decirlo, sacó una manguera y regó la antorcha mágica.
—¿Qué haces? —gritó, horrorizado, el brujo Ton.
—Comprobar una cosa, ya te lo he dicho —contestó la bruja Tan.
—¡Has apagado mi antorcha! —gritó el brujo Ton.
—Definitivamente, tu antorcha brillaría mucho, pero se ha apagado en cuanto la he regado un poco —dijo la bruja Tan.
—¡Tramposa! —gritó el brujo Ton.
—De eso nada, monada —dijo la bruja Tan—. Si tu antorcha hubiera sido tan potente como el Sol no se hubiera apagado. ¿Quieres que suba a regar el Sol, y comprobamos a ver si este aguanta?
—No, no, déjalo —dijo el brujo Ton.
—Siento haberte avergonzado, brujo Ton —dijo la bruja Tan—. No era mi intención.
—Me lo tengo más que merecido, por ir de chulo por la vida —dijo el brujo Ton.
—Entonces, ¿quedamos como amigos? —preguntó la bruja Tan.
—Sería interesante, porque nunca he tenido amigos —dijo el brujo Ton.
Y así fue con el brujo Ton y la bruja Tan se hicieron amigos, compartieron conjuros y diseñaron grandes hechizos. Todos buenos, por supuesto.