Una tarde de tormenta, Lía estaba sola en casa porque sus padres habían salido a comprar sus regalos de cumpleaños que, lógicamente, ella no podía ver antes del día de la fiesta. Como ya tenía 13 años y era muy responsable, sus padres no tenían problemas en dejarla sola en casa.
-No abras la puerta, espera a que lleguemos nosotros- le decían siempre.
Lía, al rato de irse sus padres a la calle, encendió la tele. No tenía intención de ver nada pero al menos así le haría compañía, pensó. Cogió un cómic y se puso a leer con atención. De repente, un grito le hizo desviar la mirada hacia el televisor. Estaban echando una peli en la que una joven corría despavorida delante de un vampiro.
Al momento, sonó el reloj. Eran las 7 de la tarde y Lía dio un salto en el sofá. Sus padres seguían sin llegar. No le asustaban las películas de miedo pero, entre que estaba sola en casa y fuera estaba lloviendo a cántaros, prefirió apagar la tele y poner algo de música en el viejo tocadiscos de su bisabuela. Al rato, la aguja se paró sola y, en vez de escucharse el disco que había puesto, se oyeron unos gritos. Eran los de la misma chica que había visto en la película. Asustada, se metió en la cama, no sin antes llamar a sus padres para que se dieran prisa en volver. Cuando llegaron, Lía ya estaba dormida.
Por la mañana, les contó todo lo que había. Su madre le dijo:
-Te he dicho muchas veces que no tomes refrescos con cafeína entre semana porque luego no duermes.
-Que no mamá, que era la misma chica de la peli…. ¡Estaba en el tocadiscos de la bisabuela!
Como no le creían, la chica decidió investigar por su cuenta. Su bisabuela había sido una cantante de cabaret muy famosa en los años 50 y un montón de libros y revistas hablaban de ella. Así que se fue a la biblioteca a investigar. En una rev
ista escondida al fondo de una estantería polvorienta encontró un reportaje en el que se hablaba de su bisabuela como “La chica del tocadiscos”. La llamaban así porque había sido la primera persona de su pueblo en tener uno. Había ahorrado durante todo el verano su sueldo como cantante para poder hacerse con uno y escuchar sus discos favoritos. Tristemente, una tarde se lo robaron y desde entonces siempre lo había estado buscando. Por las noches, que era cuando escuchaba música, lloraba y lloraba. Pronto Lía comprendió que esos lamentos de la película eran en realidad los de “La chica del tocadiscos”.