Había una vez una hormiga que se pasaba el día tomando el sol mientras sus compañeras trabajaban duro reuniendo comida.
-¡Eh, tú, hormiga holgazana! ¡Muévete! ¡Que ya está bien de hacer el vago! -le decían una y otra vez sus compañeras. Pero a la hormiga holgazana le daba igual.
Un día, las otras hormigas decidieron darle una lección.
-En cuanto la hormiga holgazana se quede dormida nos escondemos -dijo una de las hormigas. A todas les pareció bien y eso hicieron.
Cuando la hormiga holgazana despertó de una de las muchas siestas que se echaba durante el día y vio que no había nadie le entró mucho miedo.
-¡Me han abandonado! -gritó. Y se puso a correr de acá para allá. El hormiguero estaba cerrado. No se podía entrar.
-¡Y se han llevado la comida! -exclamó la hormiga holgazana-. ¿Qué va a ser de mí?
La hormiga holgazana no sabía qué hacer. Intentó abrir el hormiguero. Pero cayó la noche y empezó a tener miedo. Tenía que esconderse antes de convertirse en la cena de algún otro insecto o de algún animal.
Así que se metió debajo de una hoja y esperó a que se hiciera de día. Por la mañana no le quedó más remedio que ponerse a buscar comida y a pensar cómo hacerse un refugio, puesto que seguía sola.
Ya casi se había hecho de noche cuando...
-¡Eh, tú, hormiga holgazana! -dijo alguien-. Por aquí, hemos hecho otro hormiguero aquí al lado.
La hormiga holgazana corrió hacia su compañera y le dio las gracias.
-Prometo no volver a holgazanear nunca más -dijo la hormiga holgazana.
-Más te vale haber aprendido la lección, porque la reina no te dará otra oportunidad -dijo la otra hormiga.
Y así fue como la hormiga holgazana se convirtió en la más trabajadora de todas las hormigas del hormiguero. Y sirvió de ejemplo para todas las demás.