Óscar salió como todos los domingos de la mano de papá a dar un paseo. Mientras comenzaban a subir la calle que estaba al lado de su portal papá le dijo que hoy iban a ir mejor a un parque nuevo en vez de al de siempre. Dieron la vuelta para ir al garaje y subirse en su coche pequeño y rojo. Óscar ya estaba contento; para él oír la palabra nuevo ya era pensar en cosas divertidas, diferentes, otros niños, algodón y regalices, libros y juguetes.
El trayecto en coche no fue muy largo. Cuando papá le dio la mano para bajar del coche. Óscar vio que acababan de llegar a un sitio genial, lo que llamaban en casa un mercadillo. Había un montón de casetas con cosas, comida, pendientes, jabones, ropa… y también ¡Un tiovivo de madera! Enseguida le dijo a papá que tenía que subirse allí, pero este le dijo que primero darían un paseo y luego al tiovivo y así fue. Al final del recorrido dieron la vuelta y Óscar pudo subirse al artilugio de madera, le tocó subirse encima de un unicornio. ¡Qué divertido!
Cuando se bajó de allí su padre llevo a nuestro amigo a un parque que había detrás del mercadillo, pero no parecía un parque cualquiera. Detrás de los columpios había una caseta enorme, una especie de jaula. Cuando se acercaron Óscar empezó a aplaudir y a dar con sus pequeños pies en el suelo, ¡Había animales!
En esa enorme jaula había de todo. Empezaron fijándose en varias tablas de madera que tenían encima multitud de tortugas. Las primeras eran grandes y marrones con unas patas más grandes que el resto, eran una especie de tortugas reinas. El resto de las tortugas se encontraban detrás muy pegaditas unas a otras formando un gran equipo. Óscar quiso seguir caminando y ver a los patos, que no parecían muy alegres, se picaban unos a otros con sus picos naranjas y otros de plumas grises se lavaban las plumas mojando su cuello en el agua fresca.
Lo más divertido sucedió a continuación. Había un montón de pájaros. Óscar nunca había visto nada igual. Ante él aparecían multitud de ellos con sus cantos y sus vuelos. Papá le dijo que unos se llamaban periquitos, otros canarios, otros loros, jilgueros, estorninos y muchos otros. Aplaudían para que ellos siguieran en movimiento. Nunca había visto tanto color, los había verdes, naranjas, amarillos, blancos, marrones…
Pasaron disfrutando de verlos un buen rato, por un lado le daba pena que estuvieran dentro de la jaula, pero por otro quizá si estuvieran solos por la ciudad ahora correrían muchos peligros. Cuando llegué a mayor, Óscar pensó en ser cuidador de animales para ir preparándolos para que puedan vivir en libertad. Óscar se despidió de ellos y se fue ilusionado para casa. Al día siguiente contaría a todos lo que había visto y se le ocurrió llamar a la casa de sus amigos los pájaros La Jaula de Colores.