Érase una vez un pueblecito muy pequeñito en el que vivían un montón de familias con muchos niños.
Siempre hacían cosas divertidas durante el día hasta que caía la noche, cuando todos se iban a sus casas a cenar, lavarse los dientes y dormir.
En el pueblo vivía Raulito, un niño que nunca, nunca, nunca se quería lavar los dientes.
- ¡Yo no me lavo los dientes! ¡Me voy directo a la cama! – gritaba enfadado todas la noches.
Pero sus padres lo obligaban a hacerlo hasta que un día, tuvo una idea para que nadie lo obligara nunca más.
- Mientras todos duerman, voy a entrar en todas las casas y voy a llevarme todos los cepillos y todas las pastas de dientes que encuentre para tirarlos - pensó.
Y así lo hizo. Esa misma noche, en cuanto todo el mundo se durmió, reunió todos los cepillos y pastas y los tiró a la basura.
Al día siguiente, todos estaban muy extrañados:
- ¡Nuestros cepillos y pastas han desaparecido! – gritaban todos.
- ¡Y en las tiendas tampoco hay! – decían los dueños de las tiendas.
Mientras todos en el pueblo se preguntaban qué había pasado, Raulito reía súper feliz pensando que jamás tendría que volver a lavarse los dientes.
Pero un día, justo antes de irse a dormir, Raulito se encontró un bote de pasta de dientes en su baño.
- ¿De dónde ha salido esta pasta de dientes? – se preguntó.
Raulito la cogió y la llevó corriendo a la basura, pero, de repente, la pasta de dientes cobró vida y le dijo:
- ¡Si no solucionas este error, todos los niños del pueblo perderán la sonrisa!
Raulito, asustado, salió corriendo y comenzó a pensar lo que la pasta le había dicho pero, él, de forma egoísta, prefirió no hacer nada por solucionar la situación.
Pasaron los días y Raulito empezó a ver que cuando todas las familias y niños se reunían, ya casi nadie sonreía y todo empezaba a ser muy aburrido y triste.
Cada día era peor y llegó un momento en el que ni siquiera los niños salían a jugar a la calle.
- ¡Esto no me gusta nada! ¿Y si la pasta de dientes tenía razón y yo tengo la culpa de todo? – pensó.
De repente, la pasta de dientes mágica volvió a aparecer y le dijo:
- Aún estás a tiempo de solucionarlo Raulito. Si me prometes que te lavarás los dientes todos los días, conseguiré que todos vuelvan a tener cepillos y pasta de dientes.
- ¿De verdad? En ese caso te doy mi palabra. ¡Lo haré!
Raulito se puso muy contento y aprendió la lección y, desde ese momento, todos volvieron a tener sus cepillos y botes de pasta , aunque lo más importante, es que todos recuperaron su sonrisa y sus ganas de jugar.