Había una vez un niño llamado Tomás al que no le gustaba comer ni verdura ni fruta. Sus papás se enfadaban mucho con él, pero a él le daba lo mismo.
Un día Tomás se puso muy enfermo. Se quejaba de un fuerte dolor de barriga. Sus papás se asustaron mucho y lo llevaron al hospital. Los médicos no entendían lo que le pasaba.
- ¿Hace ejercicio este niño? -preguntó uno de los pediatras
- Sí, hace mucho ejercicio -dijeron los papás de Tomás
- ¿Ha tenido alguna enfermedad últimamente? -preguntó otro médico
- Algún catarro que otro, sí -respondieron de nuevo.
- ¿Comes bien, Tomás? -le preguntó una joven doctora al niño.
- Sí, como mucho -dijo el niño.
- Pero, ¿comes de todo?- insistió ella.
- Bueno…. sí…. Bueno… no…. Como casi de todo
Los padres de Tomás lo miraron de reojo. Su madre le confesó a los médicos que Tomás no comía ni frutas ni verduras. La joven doctora intervino de nuevo:
- Tomás, ¿haces caquita todos los días?
- No, hace días que no puedo. Me duele mucho -dijo el niño.
Tras examinar a Tomás con mucha atención, los médicos se reunieron para hablar de lo que le pasaba al niño. Un rato después se acercaron a Tomás y a sus papás y les dijeron:
- Este niño tiene estreñimiento. No puede hacer caquita porque no come suficiente fibra.
- ¿Suficiente qué? -preguntó Tomás.
- Suficiente fibra, Tomás -repitió el doctor -. La fibra es fundamental para poder evacuar los desechos del cuerpo y hacer caquita. Si no haces caquita, los desechos se acumulan en tu barriguita y te duele.
- ¿Eso quiere decir que tengo un basurero en la barriga? -preguntó Tomás.
- ¡Ja ja ja! Algo así -respondió el doctor-. Además tu sangre nos dice que te faltan vitaminas y minerales, y eso no es nada bueno.
- ¿Por qué?
- Porque las vitaminas y los minerales son fundamentales para que el cuerpo funcione bien y pueda cumplir con su tarea.
Los papás de Tomás se empezaron a preocupar. Le preguntaron a los médicos si había algo que le pudieran dar al niño para que tuviera las vitaminas, los minerales y la fibra que le faltaba.
- Sí, lo hay -respondió la doctora jovencita -. Pero esa no es la solución. Este niño tiene que comer fruta y verdura y no le volverá a pasar nada.
- ¡Pero no me gusta! -protestó Tomás.
- Entiendo -dijo de nuevo la doctora -. Esto es una misión para Supertomate.
En ese momento entró volando un tomate gigante en la habitación, gritando como un loco:
- Supertomate…. ¡¡al rescatee!!
Y se estrelló contra la pared.
A Tomás le hizo tanta gracia que no podía parar de reir. Supertomate se había dado un buen golpe y se había espachurrado un poco.
- ¿Te duele? -preguntó Tomás a Supertomate.
- ¡Qué va! -dijo él -. Soy un superhéroe. He venido a traerte un remedio superespecial para tu superproblema. Cierra los ojos, abre la boca y confía en mí.
Tomás hizo lo que le pidió Supertomate. Con las risas y el jaleo a Tomás no le dio tiempo a pensarlo mucho.
Supertomate le dio unas chuches buenísimas.
- ¡Uhm! ¡Qué bueno está esto! -dijo Tomás.
- ¿Te gusta?
- ¡¡¡Sí!!!
- Pues son…. ¡verduras y frutas!
Supertomate le había dado trozos muy fríos de zanahoria, tomate y pepino, y también de manzana, naranja, pera y melocotón. Lo había partido todo con formas muy graciosas. Resultaba divertido saborear un trozo de aquellas estrellas y corazones y adivinar qué eran.
Tomás descubrió que las frutas y las verduras estaban realmente buenas, y le pidió que le diera más y más.
Supertomate visitó a Tomás varias veces hasta que consiguió que comiera de todo de verdad. Y cuando el niño se fue del hospital, le recordó que tenía que seguir comiendo frutas y verduras todos los días.
Ya en casa, los papás le dijeron al niño que podía pedirles lo que quisiera, que se lo darían como premio a su gran logro.
- ¡Quiero plantar mis propios tomates! -dijo Tomás.
Y así fue como Tomás empezó a comer frutas y verduras y a cultivar sus propias hortalizas.
¡Esas sí que están buenas!