Era el primer dÃa de curso. En el tercer curso estaban deseando conocer a la nueva maestra. Alguien les habÃa dicho que no era como las demás maestras, y estaban impacientes por descubrir por qué.
Nada más entrar por la puerta, la maestra dijo:
—¡Hola! Soy Adela y mi lugar favorito es la biblioteca. ¡Vamos a verla!
Con mucha alegrÃa, la clase de tercero fue a la biblioteca.
—¡Me encanta! —exclamó Adela con un entusiasmo contagioso—. Ahora quiero que exploréis. Coged los libros que queráis y mirad a ver qué hay dentro. Si no sabéis colocarlos en su sitio, no importa, dejadlos en una esquina de la mesa y luego los ordenamos. Podéis hablar con quien queráis, compartir libros y preguntar lo que os apetezca. ¡Que empiece la aventura!
Los niños estaban muy emocionados. La nueva profesora era increÃble. Jamás habÃan visto a nadie con tanta pasión por los libros.
Después de un rato mirando libros, una niña levantó la mano:
—Profe, profe, aquà hay una cosa muy rara. ¿Qué es esta piedra con estos signos tan raros?
Adela se acercó bajo la atenta mirada de todos los niños. Después de echarle un vistazo, dijo:
—Acabas de encontrar la fotografÃa de una piedra muy importante. ¿Queréis que os cuente la historia?
—¡SÃ! —gritaron todos los niños, dejando sus libros y acercándose a la maestra.
—Esta es… ¡la Piedra Rosetta! —exclamó la maestra, mientras mostraba la imagen a todos los niños.
—¡Wow!
—¡Wala!
—¡Qué pasada!
—Y ¿para qué sirve esto? —preguntó un niño.
—¡Oh! ¡Qué buena pregunta! —dijo la maestra—. Esta piedra es la razón por la que hoy conocemos muchas historias del antiguo Egipto.
—¿Las de los faraones, las pirámides y esas cosas? —preguntó una niña.
—Esas —dijo la maestra—. Hace más de doscientos años, en el año 1799, un grupo de soldados franceses se encontraba en Egipto, cerca de un lugar llamado Rosetta. Mientras hacÃan trabajos en la región, descubrieron una piedra negra con inscripciones muy peculiares. La piedra estaba inscrita con tres tipos de escrituras diferentes: en la parte superior habÃa extraños signos llamados jeroglÃficos, que eran las antiguas letras de los faraones; en el medio habÃa una escritura que parecÃa una versión más simple de los jeroglÃficos, conocida como demótico, y en la parte inferior habÃa griego, un lenguaje que sà conocÃan.
—¿Pero eso también tiene letras raras, no? —preguntó una niña.
—Tiene letras diferentes a las nuestras, que no es lo mismo —dijo la maestra—. El caso es que durante muchos años, nadie habÃa podido descifrar los jeroglÃficos egipcios. Las historias y secretos de los antiguos egipcios permanecÃan ocultos, esperando a ser leÃdos nuevamente. La piedra, que fue llamada Piedra Rosetta en honor al lugar donde fue encontrada, fue la clave para desentrañar este misterio. Porque el texto, aunque estaba en tres lenguajes diferentes, ¡decÃa lo mismo!
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€”¡Wala! —exclamaron los niños a coro.
—Años después —continuó la maestra—, un apasionado estudioso llamado Jean-François Champollion se interesó por esta piedra y dedicó su vida a descifrar los jeroglÃficos. Usando el griego como guÃa, comenzó a entender poco a poco los otros textos. Y, después de mucho trabajo, ¡lo logró! Champollion descifró los jeroglÃficos, abriendo la puerta a miles de años de historia egipcia. Gracias a la Piedra Rosetta y a la dedicación de Champollion, hoy podemos entender las historias, creencias y conocimientos de los antiguos egipcios. Y asÃ, la piedra Rosetta se convirtió en uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de la historia, recordándonos la riqueza del pasado y la importancia de preservar y descifrar nuestras historias.
Los niños, entusiasmadas con la historia, empezaron a aplaudir.
—Sà que es rara la nueva maestra —comentó un niño.
—Rara no, diferente, que no es lo mismo —le dijeron los demás, entre risas. TenÃan por delante un curso fascinante, lleno de historias por descubrir.