Había una vez una bruja famosa en el mundo entero porque podía cumplir todos los deseos. Su especialidad eran los filtros de amor y las pociones crecepelos. Pero también era muy buena quitando verrugas, arreglando pies torcidos y curando juanetes.
Un día, llegó hasta la cueva de la bruja un tipo normal y corriente, con cara de estar bastante despistado.
—En qué puedo ayudarte, majo —dijo la bruja.
—Dicen que puedes conseguir cualquier cosa —dijo el chico.
—Sí, puedo conseguir cualquier cosa —dijo la bruja.
—Yo quiero ser escritor, pero no sé que tengo que hacer —dijo el chicho.
—Pues escribir, majo, escribir mucho —dijo la bruja.
—Ya, ya, pero es que se me da fatal —dijo el chicho.
—Bueno, eso es algo relativo, majo —dijo la bruja.
—Que no, que lo hago muy mal —dijo el chico. Y le dio uno de sus cuadernos.
La bruja leyó aquello. Bueno, lo intentó, porque en la segunda página ya estaba dormida.
—¿A que tengo razón? —dijo el chicho.
—Bueno, no te vendría mal mejorar un poco —dijo la bruja—. Tendrás que seguir intentándolo.
—Necesito tu ayuda, bruja, por favor, no sé qué hacer —dijo el chico—. He leído todos los libros sobre escritura que hay y he ido a todos los cursos que existen. Y sigo a un montón de escritores en redes sociales y he visto todos sus tutoriales en YouTube. Pero sigo escribiendo fatal.
—¿Redes sociales? ¿Tutoriales de YouTube? Pero ¿qué es eso? —dijo la bruja, que no estaba muy puesta en modernidades.
—¡No sé qué más hacer! —lloró el chico—. Eres mi última esperanza.
La bruja se lo pensó un poco, y luego le dijo.
—Puedo ayudarte, pero tendrás que poner de tu parte —dijo la bruja—. Para hacer la pócima necesito que hagas unas cosas y que vengas cuando las hayas hecho, porque tengo que extraer la esencia de tu alma para incorporarla a la receta.
—Lo que necesites, bruja —dijo el chico.
—Lo primero que tienes que hacer es leer mucho —dijo la bruja.
—Ya he leído mucho, bruja —dijo el chico—. Todos los libros de escritura creativa que existen los he leído ya.
—Libros de esos, no, majo, sino libros de los otros: novelas, cuentos, poesías, obras de teatro —dijo la bruja—. Y de todos los tiempos, antiguos y modernos. Cuando leas diez mil vuelves.
—Pero tardaré años —dijo el chico.
—Deja de leer los otros libros y de ver tanto curso y tantas redes sociales y tanto YouTube, ya verás como acabas antes —dijo la bruja.
El chico se fue y se puso a leer como si no hubiera un mañana. Cuando llegó a diez mil títulos, volvió a ver a la bruja.
—Concéntrate, que tengo que extraer tu esencia lectora —dijo la bruja.
—¿Duele? —dijo el chico.
—No, no duele, solo estate quietecito —dijo la bruja. Cuando terminó, le dijo:
—Ahora el segundo ingrediente: tienes que ser curioso. Tienes que investigar sobre los temas que te interesen, ver documentales, leer libros sobre esos temas, hablar con personas expertas y, si puedes, viajar.
—¡Eso me llevará años! —dijo el chicho.
—Pues no tardes —dijo la bruja—. ¡Ah! Y no olvides seguir leyendo novelas, cuentos, poesías y todo eso.
El chico se puso manos a la obra. Años después, volvió a ver a la bruja.
—Sácame la esencia, que creo que tengo ya bastante —dijo el chico.
La bruja así lo hizo. Cuando acabó, le dijo:
—Y ahora, el tercer ingrediente. Tienes que ser muy observador. Mira a tu alrededor, habla con la gente, interésate por lo que pasa en tu ambiente, en el mundo. Presta atención a los pequeños detalles. Intenta ver más allá, imaginar las posibilidades. Conoce a más personas, interésate por ellos, mira en su interior.
—¿Algo más? —dijo el chicho.
—Sigue leyendo y no dejes de ser curioso —dijo la bruja.
Años después, el chico volvió a ver a la bruja.
—Creo que esto listo para que extraigas mi esencia —dijo.
—Vamos allá —dijo la bruja.
Cuando terminó, la bruja agitó una botella y le dijo al chico:
—Inspira profundamente.
El chico obedeció.
—¡Ya soy escritor! —gritó el chico.
—No, majo, ahora tienes que empezar a escribir —dijo la bruja—. Y procura no poner faltas de ortografía, que todavía me acuerdo de las que leí en ese libro que me trajiste la primera vez que me visitaste, y aún tengo pesadillas con ellas.
—Gracias, bruja —dijo el chico—. Te dedicaré mi primer libro.
El chico se fue y se puso a escribir. Pero nunca dejó de alimentar su poción mágica con los tres ingredientes que le pidió la bruja: leer mucho, ser muy curioso y observar atentamente a tu alrededor.
¿A ti también te gustaría ser escritor o escritora algún día? Pues ya conoces la fórmula mágica para empezar.