Había una vez una princesa que tenía todo lo que una niña podía desear, salvo una cosa. La princesa deseaba tener un jardín con flores. Pero eso no podía ser, porque el reino de su padre estaba en medio de un enorme desierto. El agua la traían de muy lejos con mucho esfuerzo y la reservaban para lo más importante, como beber, cocinar, limpiar y asearse.
Un día llegó al castillo un peregrino medio moribundo. La princesa se ofreció a atenderlo. Le dio de beber y le preparó un baño para que se refrescara. En pocos días se recuperó.
- Gracias por tus cuidados, pequeña princesa -dijo el hombre-. Como agradecimiento te concederé el deseo que me pidas.
- ¿Cómo harás eso? -preguntó la princesa-. ¿Eres un mago o algo así?
- Un brujo, más bien -respondió él.
- Me gustaría tener un jardín con flores y agua suficiente para regarlo -dijo la princesa.
- ¡Que así sea! -dijo el brujo-. Toma este frasco. Cuando me vaya vacía su contenido en el lugar donde quieras tener tu jardín.
Y así lo hizo la princesa. En pocos minutos su pequeño trozo de desierto se convirtió en el jardín más hermoso del mundo, con las flores más bonitas que jamás existieron. En el centro había una maravillosa fuente de la que brotaba un agua clarísima.
La princesa cuidaba su jardín con esmero y lo regaba todos los días. Era la princesa más feliz del mundo.
Un día llegaron noticias al castillo de que el destacamento que iba a por agua había sido asaltado por unos bandidos.
- Os daré el agua de mi fuente -ofreció la princesa.
- Todos sabemos lo mucho que amas tu jardín -dijo el rey, su padre-. Tranquila. Hay reservas suficientes hasta que vuelva el destacamento de soldados que acabo de enviar.
Pero los soldados fueron atacados de nuevo.
- Coged el agua de mi fuente, padre -insistió de nuevo la princesa.
- Acabo de enviar a otro destacamento -respondió el rey-. Todavía queda agua para aguantar unos días más.
La princesa sabía que quedaba muy poca agua, así que a escondidas, fue llenando los depósitos del reino con agua de su fuente.
A
los pocos días llegaron malas noticias otra vez. El tercer destacamento también había sido atacado.
- ¡Qué vamos a hacer! -suspiró el rey-. Según mis cálculos el agua se acabará mañana.
- Majestad -dijo el aguador real-, he revisado los depósitos de agua y queda por lo menos para una semana más.
El rey, incrédulo, fue a comprobarlo. Por el camino observó que el jardín de la princesa estaba un poco mustio.
- Hija, ¿qué le pasa a tu jardín? -preguntó el rey.
- He estado ocupada con otras cosas más importantes, padre -respondió ella.
- ¿Qué hay más importante que cuidar lo que más deseabas en el mundo? -preguntó el rey.
- Cuidar de aquellos a los que amo, padre.
Y así fue como la princesa renunció a su jardín para compartir el agua de su fuente con todos los habitantes del reino.