Érase una vez un manantial al que todo el pueblo acudÃa cada dÃa. A lavar la ropa, a coger agua fresca en garrafas y botijos o a dar de beber a los animales. Además, después de las batallas, los guerreros metÃan sus espadas en el manantial porque estaban convencidos de que sus aguas eran mágicas. Una leyenda decÃa que, hacÃa siglos, incluso la gente se sanaba bebiendo agua de ese manantial o dándose baños.
Lo que nadie sabÃa es que, en ese manantial, crecÃa una pequeña rana sin que ninguna persona la hubiese visto jamás. La cuestión es que era un anfibio un tanto malvado. Buscaba alimentarse de todo lo malo de las personas que acudÃan al manantial. De la envidia del guerrero hacia su enemigo o del rencor que algunas personas sentÃan hacia otros. Con todos estos sentimientos negativos la rana fue creciendo y haciéndose cada vez más tenebrosa. A medida que peores sentimientos tenÃan las personas, más malvada se volvÃa la rana.
Un dÃa, empezó a chantajear a las personas que se acercaban al manantial.
-A partir de hoy deberás traerme un tarro de moscas cada vez que vengas a lavar la ropa- amenazó a una mujer anciana.
La mujer no se tomó en serio la advertencia y al dÃa siguiente fue al manantial sin lo que la rana le habÃa exigido. En consecuencia, el animal convirtió todas sus prendas en ropa diminuta.
DÃas después, a un chico que iba a rellenar sus garrafas le calentó el agua para que no se pudiera refrescar. Pero ese joven, en vez de dejarse amedrentar por aquella rana, lo convirtiÃ
³ en una oportunidad. En lugar de tirar ese agua caliente, la usaba para preparar sopa, infusiones o para darse un baño relajante. A la señora a la que habÃa encogido la ropa le dio la idea de aprovechar la tela para hacer mantas y sábanas de retales. De este modo, la rana fue perdiendo poco a poco su capacidad para molestar. A medida que las personas convertÃan sus fechorÃas en cosas positivas, se hacÃa más pequeña. Hasta que un dÃa desapareció y el manantial acabó siendo lo que siempre habÃa sido.