Jorge no podía creer lo que veía desde el enorme barco de pesca. Jorge iba con su padre, el capitán de aquel barco, para ver cómo se ganaba la vida. Pero lo que no se esperaba era ver aquello. Kilómetros y kilómetros de plásticos moviéndose por la superficie del mar. Pero no iban al compás de las olas. Aquellos plásticos parecían tener vida propia.
Jorge corrió a buscar a su padre. Su padre estaba muy ocupado, pero pidió a un marinero que le sustituyera y atendió a Jorge.
-Papá, hay un enorme monstruo en el mar -dijo el niño-. Es un monstruo de plástico. Viene hacia aquí
-No digas tonterías, hijo, eso no es posible -dijo su padre.
-Que sí papá, que lo he visto -insistió el niño.
-El mar está lleno de plástico hijo, eso es verdad -dijo su padre-. Es un asco, la gente tira el plástico en cualquier parte sin pensar en el daño que hace, y mucho de ese plástico acaba en el mar.
-Pero este plástico está vivo, papá -dijo Jorge.
-Tu madre dice que cualquier día nos invadirá el plástico y se vengará de nosotros -rió su padre-. Debes haber oído muchas veces esa fantasía, ¿eh? Ahora déjame trabajar, por favor.
Jorge volvió corriendo a ver al monstruo de plástico. Pero ya no estaba. No le había dado tiempo a pensar cuando algo golpeó el casco del barco.
-¡Atención, marineros! -gritó el padre de Jorge.
-¡Es el monstruo de plástico! -gritó Jorge.
Nada más decirlo un montón de botellas, bolsas y envases rotos y sucios subieron al barco y empezaron a inundarlo todo. Aquello era un espectáculo lamentable.
-No nos hagáis daño -gritó Jorge-. Aquí reciclamos todos. Os podemos ayudar.
Los plásticos se tranquilizaron y se quedaron quietos. Entre todos los recogieron, los empaquetaron y los trasladaron a un planta de reciclaje.
-Tal vez el próximo barco en ser atacado no tenga tanta suerte, papá -se lamentó el padre de Jorge.
-Tal vez dentro de poco los plásticos mutante invadan las playas y las ciudades, papi -dijo Jorge.
-Habrá que tomar medidas, aunque no sé si llegaremos a tiempo.