El mago Tiago llevaba un rato buscando su varita mágica. Había mirado en todos los rincones de su casa… ¡tres veces! Pero la varita no aparecía.
Pensó en hacer un hechizo de seguimiento, pero resultó una idea inútil, porque necesitaba la varita hacerlo. Lo mismo sucedió con todas las ideas que tuvo en las que hacía falta magia: el mago Tiago no era nada sin su varita mágica.
Después de varias horas de búsqueda, el mago Tiago decidió ir a ver a su vecina, la bruja Chuja, a ver si ella podía ayudarle.
Por el camino, el mago Tiago pensó: «¿No se habrá llevado la bruja Chuja mi varita? Lo mismo cuando vino a verme ayer me la quitó».
El mago Tiago estaba todavía dándole vueltas a esta ida cuando llegó a casa de la bruja Chuja.
—¡Estás en casa, bruja Chuja! —gritó el mago Tiago.
—¡Estoy! ¡Pasa! —dijo la bruja Chuja.
La puerta se abrió en ese instante. Cosas de brujas y magos, ya sabéis.
El mago Tiago fue hasta donde siempre estaba la bruja Chuja: en la sala del caldero. Allí andaba enredada con una pócima de lo más desagradable.
—¿No sabrás dónde está mi varita, verdad? —preguntó el mago Tiago.
—Espera un momento —dijo la bruja Chuja.
El mago Tiago la observó detenidamente. «Esta oculta algo», pensó.
La bruja Chuja seguía a la suyo, diciendo sus conjuros y añadiendo ingredientes al caldero.
El mago Tiago estaba cada vez más convencido de que la bruja Chuja tenía algo que ver con la desaparición de su varita. Sus gestos, sus miradas furtivas hacia él cuando pensaba que no la estaba mirando, su actitud sospechosa…
Cuando la bruja Chuja terminó, dijo:
—Ya he acabado. ¿Qué necesitabas? Estaba tan concentrada que no me he enterado de lo que me has dicho.
El mago Tiago, que ya no podía contenerse más, exclamó:
—¡Oh, villana, mala amiga, malandrina y pendenciera! ¡Me has robado la varita y te haces la loca para despistar! ¡Devuélvela si no quieres que toda la ira del colegio de magos caiga sobre tu cabeza!
La bruja Chuja se quedó muda al oír aquello. Cuando por fin reaccionó, dijo:
—¡Qué gracioso! Estás ensayando tu nuevo papel en la obra del teatro del mago Chespirago, ¿no? Pues lo haces muy bien, mago Tiago. Por un momento he creído que hablabas en serio y todo. Toma tu varita, anda. Te la dejaste ayer aquí, cuando me acompañaste por la noche a casa.
A
l mago Tiago se le puso la cara de todos los colores, uno detrás de otro. Así que intentó disimular y dijo:
—Sí, sí… estaba ensayando. En realidad esto no está escrito, pero se me ha ocurrido sobre la marcha, para ensayar a ver si me dan un buen papel.
—Pues si lo haces así de bien, el mago Chespirago te da el papel protagonista seguro —dijo la bruja Chuja.
El mago Tiago le dio las gracias a la bruja Chuja, cogió la varita y volvió a casa. Pero no se atrevió a tener un solo pensamiento por el camino.
Cuando llegó, se miró al espejo y se dijo:
—Si es que no puedes desconfiar así de la gente. Podrías haber perdido a tu amiga para siempre, solo por una sospecha infundada.
El reflejo del espejo cambió de postura y dijo:
—Pues a ver si aprendes.
—Pues, eso, a ver si aprendo.